Su vocación se le despertó en el país de la cerveza Guinness y la banda de rock U2. Amaia González Ruiz de Apodaka (Vitoria-Gasteiz, 1985) vivió 8 años en Irlanda, donde tuvo un primer contacto trabajando con adolescentes con discapacidad desatendidos por sus familias. A su regreso a casa, y después de pasar por una entidad de la que no guarda un buen recuerdo, fundó en 2011, junto a otras compañeras, Talur, una asociación que pretende convertir “el ocio y el tiempo libre en un instrumento para el enriquecimiento personal, el desarrollo e integración social de las personas con discapacidad”. González Ruiz de Apodaka es la presidenta de esta entidad gasteiztarra que promueve una visión más moderna, participativa y comunitaria de un colectivo que también tiene derecho a pasárselo bien.
¿Por qué decidió empezar de cero y fundar la asociación?
-Pensamos que había otra forma de trabajar la discapacidad, apostamos por Talur y aquí seguimos 14 años después. Llevamos alrededor de 50 años abordando la discapacidad de la misma manera, cuando la sociedad no es la misma de antes y cada vez hay un mayor conocimiento sobre las terapias y los programas. La sociedad ha avanzado, pero la discapacidad sigue generalmente anclada en los mismos parámetros.
¿Cuál fue la primera piedra del proyecto?
-Nos dimos cuenta de que el método de trabajo estaba obsoleto y que muchos de los convenios que se habían firmado con las administraciones públicas eran muy antiguos. Llegamos a la conclusión de que la manera más rápida y efectiva para poder favorecer al colectivo era a través de la gestión del tiempo libre, ofertando un ocio más inclusivo y participativo en el que los protagonistas fueran ellos mismos. Poco a poco, hemos ido abriéndonos a otros ámbitos, con el desarrollo asistencial, en la educación y en las terapias. Tratamos de mantener un servicio lo más actualizado posible, nos formamos al máximo, y, sobre todo, debemos tener en cuenta lo que estas personas solicitan; muchas veces se nos olvida lo que ellos realmente necesitan y quieren.
"La sociedad aún no está preparada para el ocio inclusivo”
En estos casi 15 años de trayectoria, ¿siente que han avanzado poco o mucho?
-Ha habido una evolución. Antes, las instituciones tenían en cuenta a las personas con discapacidad a través de los udalekus, por ejemplo, pero no se hacía mucho más y se las dejaba ahí. Ahora sí que hay una voluntad real y se realiza un esfuerzo para que puedan participar en las actividades que se realizan. Se exige una mayor participación comunitaria, aunque luego, en realidad, no se da tanto como debería.
¿Es posible un ocio inclusivo para todos?
-No. Desgraciadamente, sigue siendo una utopía, porque la sociedad aún no está preparada o no interesa. Hace muchísimos años era un tema tabú y ahora convivimos con él, está ahí, pero poca gente se quiere mojar o compartir su tiempo libre con personas que tienen algún tipo de discapacidad. A priori, todos somos muy respetuosos, pero luego no queremos tener un compañero de trabajo con discapacidad o, incluso en nuestras cuadrillas, porque no encaja estéticamente. Aún falta mucho por hacer.
Pintxo-pote, ¿por qué no?
Ha sido el gran bote salvavidas de la hostelería vasca en el siglo XXI. El pintxo-pote -juevintxo en Pamplona- ha arrasado entre el público desde su implantación hace más de 10 años en los bares de nuestros pueblos y ciudades. Una sencilla idea para animar los días de entresemana, que rápidamente se convirtió en un fenómeno social y ha entrado con fuerza entre el ramillete de actividades que ofrece Talur. Todos los viernes, de 17.30 a 19.30 horas, decenas de personas se animan a ir a los bares del centro de Vitoria-Gasteiz de la mano del equipo de la asociación. Es una manera de potenciar las habilidades sociales y ampliar sus amistades. “¿Por qué no? Me parece bonito. Además, se juntan desde adolescentes a personas de setenta y tantos años”, explica su presidenta.
Existe un amplísimo espectro entre las personas con discapacidad y, para Talur, la no discriminación dentro del colectivo es un asunto innegociable. “Me atrevo a decir que somos la única asociación de Álava que no discrimina por edad, dependencia o grado de discapacidad. Cada persona es un mundo”, afirma González Ruiz de Apodaka. En la cuadrilla que se forma todos los viernes para ir a potear, hay quien -bajo supervisión y con el visto bueno de monitores y familias- bebe alcohol y quien se toma un mosto con aceituna. Todos charlan, ríen, piden su consumición, hasta tienen lugar algunos escarceos amorosos… “Nosotras intentamos estar un poco al margen, tomando un poco de distancia, para que se organicen por su cuenta y hablen de sus cosas libremente”.
Otra actividad, tal vez con menor tirón popular, pero de “vital importancia”, subraya González Ruiz de Apodaka, es la del acompañamiento. Se trata de un servicio que, entre otras tareas cotidianas, ofrece la oportunidad de salir a dar un paseo, ir al médico, hacer la compra o acudir a la peluquería.
¿Desde las instituciones políticas también?
-Pasa un poco lo mismo. En el papel sí que se tiene en cuenta la discapacidad, pero muchas veces es más una medallita que se cuelgan los políticos en determinados momentos como pueden ser unas elecciones o en Navidad, donde estamos todos más sensibles y concienciados. A esto hay que añadirle un problema muy gordo a la hora de conceder subvenciones: prevalece la oferta económica más barata frente a cuestiones técnicas y de contenido, que son las que se deberían valorar.
Si el bienestar emocional depende muchas veces de nuestro tiempo de ocio, ¿por qué no le damos la importancia que merece también en el caso de las personas con discapacidad?
-Porque creo que es algo que se da por hecho. Las personas que no tenemos discapacidad nunca nos hemos visto privadas de ocio, ni siquiera nos planteamos lo bien que nos sienta salir con nuestra cuadrilla o estar de tardeo en una terraza. La realidad es que las personas con discapacidad carecen de cuadrilla y no tienen la opción de hacer muchas cosas que hacemos en nuestro tiempo libre sin el apoyo logístico o económico de las familias. Para estas familias, el ocio tiene un desgaste económico enorme. Si quieren ir al cine, por ejemplo, muchas veces necesitarán a una persona acompañante a la que habrá que pagar por sus horas de trabajo, además del transporte, la entrada y las palomitas. Son cuestiones que ni siquiera consideramos.
¿Estos sobrecostes son el gran hándicap para que estas personas puedan disfrutar del ocio?
-Sin duda. Desde las administraciones, las familias reciben una partida económica para poder atender las necesidades básicas de las personas con discapacidad. Pero con esa cantidad tienen para alimentarse y sobrevivir, ya está. Es un dinero que no llega para cubrir el ocio y el tiempo libre, por lo que se nos olvida que no atendemos el bienestar emocional de estas personas. Volvemos a lo de siempre: hay dinero suficiente para todo menos para los servicios sociales.
¿Las actividades con las personas con discapacidad se deben planificar bajo una estricta antelación para que no haya sobresaltos ni sorpresas de última hora?
-Sobre todo debe primar una buena atención. El ratio de monitores en nuestras actividades de ocio suele ser muy elevado; si a una actividad se apuntan cuatro personas, pero tres de ellas necesitan una silla de ruedas, necesitaremos al menos a un monitor que se haga cargo de la silla. Además, se debe apuntar el perfil y las necesidades de las personas que se apuntan, si tienen o no la movilidad reducida, dónde podemos ir y qué puedo hacer con ellos. Porque no se trata de subirlos a una furgoneta y sacarlos de paseo sin más. Si vamos a un pueblo, por ejemplo, tenemos que organizar la excursión y ver qué se puede hacer para que sea lo más agradable para todos. Los calendarios que hacemos son anuales y en los fines de semana de respiro (las llamadas Arnaslekuak, que se ofrecen una vez al mes con el objetivo de favorecer la conciliación familiar) ya tenemos una lista de espera hasta el mes de julio.
¿Fines de semana de respiro?
-Mis amigas me dicen que soy muy gore con esa descripción. Pero es que realmente es un respiro tanto para las familias (que tienen que soportar un gran desgaste emocional y físico) como para los usuarios, que de esta manera rompen con la rutina del día a día y tienen tiempo para el descanso, la recuperación y su desarrollo personal. El programa se ha intentado ampliar lo máximo posible y se realiza una vez al mes, desde el viernes a las seis de la tarde a las cinco de la tarde del domingo.