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El beso

Está bien que el fútbol haya puesto de moda el amor. Que un beso tenga más interés que un gol (basta mirar las entradas en Youtube para ver cómo la pareja Casillas-Carbonero casi puede más que Iniesta). Que quede todavía un poco de espacio para la espontaneidad y los sentimientos entre tanto encorsetamiento de las emociones. Ese beso que como otros miles de besos vienen a sustituir a las palabras cuando es tanto lo que se quiere decir que no se encuentran las adecuadas. El beso del Mundial será recordado mucho tiempo, lo que les dure el amor eso ya será otro tema. Asunto suyo. Suele ser así, los amores pasan, pero los recuerdos, cuando el amor ha sido bueno, siempre quedan como el sabor de un buen beso. Esta vez tuvo mucho de película, de escena final de una historia romántica entre el futbolista y la periodista, un final redondo que a más de un director/a le hubiera gustado tener para su guión. Como aquel encuentro en Times Square, en el que un soldado de la marina norteamericana besa apasionadamente a una enfermera en medio de la multitud. Parece que nada estaba escrito, igual que en la Mundial escena, que fue tan espontánea como lo son otras tantas de amores sanfermineros que se viven y se ven en esta ciudad cada año entre el 6 y el 14 de julio. Amores envueltos en la escenografía de la fiesta. Esos besos anónimos, en blanco y rojo, ocultos en la oscuridad o iluminados por el amanecer, que de vez en cuando la cámara de un fotógraf@ atrapa sin que los protagonistas se den cuenta, retratados en ese momento mágico, tan éfimero como eterno, de la noche sanferminera.