no nos vamos a regocijar porque se destapen pufos económicos, ni porque se trapichee entre amigos con el dinero público. Pero siempre es saludable que los tribunales lo detecten, aireen los favoritismos y obliguen a devolver la pasta a quien no hizo las cosas bien. Si la Fundación para la Conservación del Patrimonio Histórico Cultural recibió cien mil euros del Ayuntamiento de Tudela y no justificó debidamente más de 45.000, que los devuelva, que no son calderilla. Han tenido que pasar cuatro años desde que se hizo la muestra y dos de proceso jurídico para que se descubra pero, mientras no se demuestre lo contrario, está claro que han metido la pata.

Dice mi vecino que lo que no tiene perdón es que hagan las cosas tan mal. Y no le falta razón: todos, los once componentes del patronato, empezando por su presidente Corpas, son funcionarios del Gobierno o contratados con mando en plaza, sea jefatura de servicio, titular de sección o director de algo. La propia gerente Maribel Beriáin, designada desde 2003, es conocida no sólo por ser de UPN, y se le supone -a ella, a ellos y a las subordinadas que seguramente harán el siempre desagradable papeleo- una cierta competencia para justificar subvenciones, máxime cuando el conseguirlas -las subvenciones- figura sin rubor como uno de los objetivos principales de la mentada Fundación. "Pueden venir a mi curso de contabilidad para organizaciones sin ánimo de lucro", aconseja conciliador mi vecino.

Nada sabíamos de eso cuando fuimos a Tudela, pero les aseguro que a mí aquella exposición me encantó. La visitamos en el otoño de 2006 y nadie de mi grupo -abuelas, niños y gente de mediana edad- olvidaremos la experiencia de volver a ver la renovada Catedral de la mano de un deán, de un artista de la época o de una noble Doña Isabel. Aquellos actores nos pasearon por sus naves góticas, y con ellos nos dimos el gusto de fisgonear sus azulejos mudéjares, de dejarnos apantallar por su sacristía barroca y de admirar los vestigios de lo que fuera la mezquita árabe. Recuerdo además que fue la cosa que más nos gustó de todos aquellos fastos que montaron en 2006, y uno de los menos caros. Primero celebraron el V Centenario de San Francisco Javier; luego, por 3 millones de euros, montaron en el Baluarte Navarra, un futuro entre todos, a mayor gloria de las políticas desarrollistas de UPN. Y antes hicieron la exposición La Edad de un Reyno, desarrollada también por la misma Fundación, pero mucho más ostentosa y, sin ver las cuentas, seguro que muchisísimo más cara. ¡Para rato pensábamos que aquella que tanto nos gustó tenía detrás estas miserias! Dicen que también subvencionaron la cosa la CAN, el Arzobispado y el Gobierno. Espero que a ellos les entregaran bien todas las facturas.