Le apodaban El Currutato. A mediados de los años ochenta fui con unos amigos a pasar un fin de semana a la facería Las Bardenas.
Tenía la suerte de conocer a uno de los dueños de la Cabaña de Aguirre en la Blanca, Julián, pastor trashumante roncalés casado en Arguedas, y también a su cuñado Juan, que trabajaba conmigo. Ya había visitado con frecuencia, al menos una vez cada otoño, desde principios de los años ochenta en que empecé a organizar marchas por las Bardenas Reales, empezando con 4 personas y acabando, al cabo de 20 años con dos autobuses.
Así pues nos desplazamos hasta Arguedas y acompañados de un par de familiares nos adentramos en la Bardena y fuimos a la cabaña, bordeando Las Cortinas y superando el Pirulo. Teníamos intención de pasear, caminar y, el domingo, hacer un calderete. Pasada la noche del sábado, durmiendo en los sacos y con el calor de la compañía nos despertamos temprano. A la hora del almuerzo, vino Julián con un hombre enjuto, menudo, fibroso, algo desastrado. Era, como pueden imaginar, El Currutato. Estábamos almorzando cuando el susodicho habló sigilosamente con Juan y le entregó algo a hurtadillas poniendo el dedo índice sobre su boca. Al poco llegaron unos guardas, nos saludaron y mirando a aquel hombre le espetaron:
-Qué, Currutato ¿no habrás estado poniendo lazos?
-No -contestó impasible el buen hombre-.
-¿Y ese barro que llevas en las rodillas?
-He estado cogiendo ontinas y sisallos para hacer el fuego.
Los guardias se marcharon cuchicheando con aire socarrón. Yo no entendía nada, pero cuando Juan se puso a cocinar la caldereta sobre el fuego ya prendido apareció exultante el Currutato con un gazapo que había cazado esa madrugada. Evidentemente fue a la cazuela con las restantes viandas.
Ya de vuelta en Pamplona pregunté a Juan sobre el misterioso gazapo y la vida de aquel hombre. Durante años sus artes furtivas fueron demandadas por autoridades de la zona para alegrar las cuchipandas de los días de caza, parece que incluso era recompensado por ello.
Pero los tiempos habían cambiado, él se había hecho mayor, se le habían muerto los hurones y ya no estaba bien vista, incluso estaba perseguida, toda su habilidad furtiva.
¡Sic transit gloria mundi!