Ésta es la palabra que me viene a la cabeza cuando me llega información sobre todos los recortes que se están aplicando a derechos tan básicos como la educación y la sanidad.

Yo, como madre y como maestra, me veo afectada tanto a nivel personal como laboral. Viendo cómo va y hacia dónde se dirige esta sociedad, me puedo quejar de ambos aspectos pero es a nivel personal, puesto que afecta a mi hija, cuando más impotente y decepcionada me siento. Mi hija, como muchos otros niños y niñas, acude a una escuela infantil. Por suerte, nos admitieron en la mejor, sin ánimo de menospreciar a las demás.

Nuestra escuela es una construcción nueva que cumple con toda la normativa hasta ahora vigente. Es un edificio amplio, con espacios abiertos con luz natural, con mobiliario apropiado a las características de nuestros hijos e hijas? Pero es en cuanto a recursos humanos cuando más destaca. Está formada por un equipo estupendo de educadoras y de personal no docente que realmente se implica y se preocupa de la educación de nuestros hijos e hijas. Que prepara muchísimas y diversas actividades y talleres para estimularlos, para motivarlos, para despertarlos, para que se desarrollen en todos los aspectos: a nivel neurológico, físico, motriz, social, emocional, afectivo, etcétera. Que implican a toda la comunidad educativa, porque somos una comunidad educativa, porque nuestros hijos e hijas están creciendo pero, sobre todo, se están educando y están siendo educados por todas ellas.

Es ahí cuando llega nuestra preocupación. Cuando leemos y nos llega información sobre el borrador que modifica el decreto vigente. Cuando nos hablan de ratios increíbles; cuando aprueba espacios físicos no inapropiados, sino lo siguiente; cuando menosprecia el trabajo de los y las educadoras en nuestras escuelas otorgándoles un carácter meramente asistencial pero sobre todo cuando quieren destruir la calidad de la educación de nuestros hijos e hijas, siendo éste un derecho constitucional.