ANTE los hechos acaecidos el 15 de julio por la mañana, en el encierro de la villavesa, es apropiado elevar la voz en tono de denuncia. Lo que comenzó como un acto festivo, y que se preveía como una bonita y nostálgica guinda a las fiestas de San Fermín, no terminó como todos esperábamos. Desde la cuesta de Santo Domingo y hasta la mitad de la calle Estafeta, a la altura de la bajada de Javier, los hechos se desarrollaron con total normalidad, con cánticos en honor a San Fermín y una pausada marcha siguiendo el recorrido del encierro. Fue al final de Estafeta, en los metros previos al callejón, cuando la gente se sorprendió ante el cordón policial establecido por la Policía Municipal y efectivos de la Policía Nacional, que impidieron el paso a los centenares de personas que pretendían realizar este recorrido de forma totalmente pacífica.

En contraposición de la versión oficial, ofrecida por el concejal de Seguridad Ciudadana, Ignacio Polo, que arguyó interrupción del tráfico e insultos a la Policía para justificar la carga que se produjo contra los allí congregados, yo me pregunto qué tráfico podía haber un domingo 15 de julio a las 8.30 de la mañana, un momento que destaca precisamente por la tranquilidad en las calles. Para aumento de la indignación, cabe destacar que, mientras un cordón policial se situaba al final de la calle, otros efectivos entraban en el Casco Antiguo desde la calle Calderería, impidiendo el desalojo normal de la zona. Los corredores se vieron acorralados a ambos lados de la calle, y lo que es peor, culpados de unos hechos desencadenados por las Fuerzas de Seguridad y aquellos que les dieron la orden de actuar. ¿Qué salida tenían las personas que se vieron acorraladas a ambos lados de Estafeta? ¿Cómo podían esquivar los pelotazos de la Policía? ¿Qué necesidad había de desplegar un dispositivo semejante? ¿Qué mal hacen un puñado de ciudadanos queriendo terminar las fiestas de una forma divertida y sin hacer daño a nadie? Indignación y estupor se entremezclan ante un postencierro que sería la traca final a unas fiestas que han destacado por el civismo y la convivencia. Sin embargo, una vez más, es la ciudadanía la que aparece como culpable de unos acontecimientos que nadie se explica desde el punto de vista racional. Y, de nuevo, los pamploneses y pamplonesas se quedan sin posibilidad de respuesta ante la desproporción con la que se actuó.

Parece que alguien no tuviese interés en que todo evolucionase de forma normal y pacífica, tal y como estaba previsto, y que el conocido como encierro de la villavesa fuese un evento que no gusta a algunos. Estafeta, Calderería y Navarrería fueron testigo de unos hechos que no deberían haber tenido lugar, y que volvieron a empañar la buena imagen de los Sanfermines a los ojos de la sociedad. Alguien debería responsabilizarse de esto y, como mínimo, pedir disculpas a quienes allí estábamos, y seguimos sin entender cómo puede criminalizarse un acto que lo único que pretende es aumentar la dimensión social y espontánea de los Sanfermines, alejándolos de la política y de la visión institucional.

Álvaro Gárriz