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Naciones de futuro

El triunfo de las opciones soberanistas en Quebec o la creciente exigencia de nuevos estatus en Escocia, Cataluña o Euskal Herria sitúan la identidad y la cercanía en la gestión como claves políticas frente al desconcierto de los Estados

eL triunfo del Parti Québécois en sus elecciones legislativas tras dos legislaturas de gobierno liberal, así como la notable mayoría en cuanto a porcentaje de sufragio de las fuerzas que optan por un incremento del autogobierno del territorio francófono, suponen la confirmación de una tendencia política global que sitúa la defensa de la identidad propia -en su más amplia acepción, desde la ideología soberanista al énfasis de la especificidad socio-cultural- y la cercanía en la gestión como claves políticas de futuro ante el desconcierto de las estructuras estatales en la protección de los derechos y servicios ciudadanos dentro de la inestable homogenización global. Lo sucedido en Quebec no es un suceso aislado de la política interna canadiense, sino el efecto de esa tendencia en una nación con vocación histórica de obtener el reconocimiento de su derecho a la igualdad y la no subordinación a otra en el concierto internacional. No es casualidad que haya sido precisamente Quebec, la nación sin Estado que más cerca ha estado de satisfacer esa vocación y con una legislación más proclive, la que en primer lugar ha traducido esa inquietud al terreno de los sufragios políticos. Tampoco resulta casual que coincida en el tiempo con las crisis de las estructuras supraestatales y la desafección política en los grandes Estados tradicionales. Mucho menos que se sume precisamente ahora a la creciente exigencia de nuevos estatus políticos en Flandes, con el fortalecimiento del nacionalismo flamenco y la sexta reforma estatal; en Escocia, con la mayoría absoluta del SNP y el planteamiento del referéndum por Alex Salmond; en Cataluña, con un notable incremento del respaldo a las tesis independentistas; o en la CAV, donde la reiteradamente evidente mayoría nacionalista aspira a traducir también al terreno electoral la creciente certidumbre social respecto a las bondades del autogobierno tanto en el control de la Administración -que se ha comprobado vano en el Estado español- como en el desarrollo socio-económico y en la solución de los problemas reales. Mientras, la sociedad navarra sigue sin refrendar expresamente en las urnas el sistema institucional que consagra el Amejoramiento, un modelo cuestionado, además de por ese déficit de legitimidad, por su excesiva dependencia respecto al centralismo español, al menos con la acomplejada gestión del autogobierno por parte de UPN.