¿un niño tiene que aguantar presión en la puerta de su casa?", preguntaba el miércoles de manera retórica el expresidente del Gobierno Felipe González. El viejo líder socialista resumía en pocas palabras los postulados expuestos por El País en su editorial del mismo día y en el que concluía que "presionar a los políticos es legítimo" pero matizaba que "la protesta en ningún caso debe llevarse al ámbito privado" y nunca "en sus casas ni delante de sus hijos". Desde el rechazo al uso de la violencia y la discrepancia sobre los límites del ámbito público y privado de cargos y personajes públicos, vuelvo a la pregunta del camarada Felipe y le respondo que sí. Sí, el hijo de un político que no para los desahucios, de un banquero sin escrúpulos, de un empresario que engaña y explota a sus trabajadores, de un concejal que trinca y traiciona a quienes han confiado en él, de un alcalde que ha prevaricado, ese crío tiene derecho a escuchar que la actuación de su padre no solo es fea, incorrecta e ilegal, sino que olvidando que todo el mundo tiene familia ha dejado sin techo a niños como él, ha condenado a vivir en la precariedad a niños como él, ha enrarecido el ambiente familiar a niños como él, ha segado sin remordimientos el futuro de niños como él. A ese crío, sin duda impresionado por el ruido de un escrache, alguien de su entorno familiar debería decirle la verdad y explicarle por qué esas personas están tan enfadadas con su papá, que para él sera un ser maravilloso, pero que ha jodido la vida a un montón de chavales como él; eso sí, muy pulcramente, sin gritos ni pancartas, con un papelito de desahucio, con un SMS comunicando el despido fulminante. Y el crío quizás lo entienda y decida que ser como su padre no es cosa buena.