Mi hijo Pedro, de 30 años de edad, afectado de autismo, añade a sus muchas dificultades y desventajas para adaptarse a la vida cotidiana un severo temor a los perros conocido como canofobia. Cuando los perros van sujetos no tiene miedo, nadie teme a un perro atado ni a un tigre enjaulado.

Cansado de sobresaltos, hace tres años que mi hijo se niega a salir a pasear por la calle, vive en cautividad con la ley de su parte. Ley 22/2003 de 4 de julio, nacional: "Todos los perros irán sujetos por una correa y provistos de la correspondiente identificación". Todos, incluye a los chicos y juguetones que nos ladran y sobresaltan a pocos centímetros.

Ninguna ley sirve para nada si alguien no obliga a su cumplimiento. Ese alguien se llama Policía. Los policías municipales, con frecuencia, ni multan ni llaman la atención, ven la infracción y no intervienen: un perro suelto es una infracción del dueño. Si no quieren sancionar a un convecino, que le adviertan al menos. ¿Es mucho pedir? Además, esos dueños de perros sueltos son los responsables del 100% de las cacas que adornan nuestras calles.

He escrito al ministro del Interior y al presidente del Gobierno, solicitándoles campañas de información. Todos se encogen de hombros y me remiten a los ayuntamientos, cuando estoy evidenciando a tantos ayuntamientos que ni se despeinan con el tema.

La única ayuda que tenemos es la de los dueños de perros responsables; los otros, cuando menos son ignorantes, pero son los que más replican, desafían, se encaran, etcétera. Quieren que sus perros defequen en paz.

Mientras haya perros sueltos habrá gente atemorizada y cacas en la vía pública.