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Felipe de Borbón en Leyre

La vieja abadía de Navarra es un buen lugar para que el heredero de la Corona española adelante alguna de sus propuestas de regeneración y reformas constituyentes ante los retos sociales, políticos, territoriales, democráticos y económicos del siglo XXI

la visita de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz hoy a Leyre para participar en la entrega del Premio Príncipe de Viana de la Cultura, este año al capuchino Tarsicio de Azcona, adquiere una relevancia especial, tanto por ser su última comparecencia oficial con el título de Príncipe de Viana -que ostenta desde 1993 cuestionado, es cierto, por historiadores navarros-, como porque posiblemente sea el lugar donde pueda desvelar algunas de las claves con las que afrontará su reinado. Y no son pocos los retos que le esperan a Felipe VI, más allá de la creciente y legítima demanda social de someter a la consulta de los ciudadanos la continuidad de la Monarquía. Si el nuevo rey asume la jefatura del Estado debiera saber ya -y posiblemente lo sepa- que el proceso de relevo no puede limitarse a un hecho desesperado para continuar salvaguardando un modelo político que casi 40 años después muestra importantes carencias para las demandas de una sociedad del siglo XXI y, sobre todo, para las nuevas generaciones. Si la sucesión es un mero hecho burocrático para que todo siga como estaba, seguramente será un paso en vano que acrecentará el desasosiego y malestar de los ciudadanos. El sistema político bipartidista construido en la Transición hace 40 años ha hecho aguas en su modelo económico y político y en su organización de la vertebración territorial, arrastrado por la corrupción de las instituciones, las consecuencias para las personas de una mala gestión de la crisis económica y el agotamiento de un modelo autonómico de café para todos y de centralismo de viejo cuño. La Constitución de 1978 está superada por los hechos, tanto por las nuevas demandas de la sociedad como por los incumplimientos clamorosos de su espíritu más social y democrático, y exige una reforma constituyente que ahonde precisamente en los valores democráticos, en las conquistas sociales y la plurinacionalidad del Estado. Navarra fue el último territorio peninsular conquistado militarmente a sangre y fuego para la llamada unidad de España hace 500 años -es también uno de los exponentes más evidentes del cambio social y político que la sociedad está demandado los últimos años en todo el Estado sobre las formas de la política y la gestión de los recursos públicos-, y la vieja abadía de Leyre es un buen lugar para que quien hereda la Corona española asuma el alcance político de los derechos históricos del autogobierno foral, y adelante algunas de sus propuestas de regeneración y reformas que necesita y demanda la sociedad actual.