con una enorme capacidad de fabulación nos inflaron el globo, nos metieron el cuento de que aquel 13 de mayo de 2001 se celebraban en la CAV las elecciones casi más importantes de la moderna historia de España. Con una enorme falta de lógica, el partido con mayoría absoluta en las Cortes de Madrid puso como candidato en esas elecciones “trascendentales para la historia de España” a uno de los personajes políticos peor valorados por la opinión pública vasca: Jaime Mayor Oreja. El caso es que para las nueve y media de la noche se había desinflado el globo, se había disuelto la confabulación, y desde Madrid tocaron el cornetín de retirada a todos los equipos de audiovisuales adelantados a las capitales vascas, que tenían que comunicar al orbe hasta altas horas de la madrugada la buena nueva de que la reconquista era ya un hecho: “Cautivo y desarmado el ejército de votos de Ibarretxe, Mayor acaba de coger el mando de la región vasca”.
Ese parte, o alguno muy parecido que circulaba por los despachos de dirección de las más rimbombantes cadenas mediáticas del Estado, no llegó a emitirse y se calló para siempre el argumento de que esta había sido, tal y como antes se aseveró sin pudor, una de las elecciones más trascendentes de la historia de España. Preguntémonos: ¿por qué este argumento se había venido abajo escasamente unas horas después de sus momentos más álgidos y había dejado paso a su contrario, o sea, la muy relativa trascendencia que debía darse al evento tras constatarse los 600.000 votos de PNV-EA y las expectativas de acción que esto conllevaba? Sencillamente porque las otras expectativas de acción de Oreja y el comandante Redondo habían ido al traste, porque la novelística madrileña que solía hacer gala de analizar la política estatal exhibía tanta fantasía como escasa imaginación a la hora de plantar cara a una realidad con la férrea conciencia y tenaz voluntad de Euskal Herria: el recuento iba poniendo fin a un cuento más y acelerando la caída en picado y la vertiginosidad de su desenlace. Para su cesto se necesitaban otros mimbres, es decir, para su historia ortodoxa de España la mayoría de vascas y vascos heterodoxos que defendemos unos valores de justicia y de libertad ligados -a mi modo de ver- a una representación colectiva de nación unida a una lengua propia seguíamos siendo en general, votáramos o no en la CAV, una especie de rémora.
Alegóricamente diremos que hubo emoción a raudales en la gran gala de los Oscar de la política vasca en esta noche del 13 de mayo. A Jaime Mayor Oreja le correspondió el Oscar como mejor actor secundario. El Oscar al mejor guión original fue para Javier Arenas por su terrorífico Ibarretxe, el estrangulador de Gasteiz. El Oscar al mejor director de fotografía se decantó como era de esperar para Savater por el filme: Ya ni las veo venir, de genial montaje. El mejor tema musical fue para el villancico de Redondo Terreros: El camino que lleva al PP. Como premio extraordinario para toda una generación de mentes preclaras dedicadas a la crítica del séptimo arte, el grupo Los Tertulianos recibió la ovación de todo el público puesto en pie, y ya con el Oscar en la mano del académico Luis María Ansón, tertuliano de honor, dieron rienda suelta a su emoción entonando a coro el Agur Jaunak. El Oscar a la mejor producción fue para la productora Remake International Popular (RIP) que financió la comedia Vamos a contar mentiras del hispano José María Aznar. En fin, fue una noche memorable que celebramos todos los buenos aficionados.