la decisión de la junta directiva de Osasuna de destituir fulminantemente a Caparrós incide en la suma de despropósitos que han protagonizado al frente del club Sabalza y sus directivos -y los influyentes amigos que desde fuera y en la sombra les han rodeado desde el principio-, y que han derivado en una cuesta abajo deportiva, institucional y social que en apenas cinco meses han precipitado el esfuerzo y la ilusión de todo el osasunismo desde el ático de junio al sótano de este enero. Osasuna superó con el esfuerzo colectivo de jugadores, técnicos y afición la penosa situación económica, financiera, jurídica y deportiva en la que se encontraba hace dos años, y un golpe de suerte culminó ese trabajo conjunto con un inesperado ascenso a Primera a última hora. A partir de ahí, Osasuna contaba con una nueva oportunidad y, Martín, más allá de que gustase mucho o poco como entrenador, supo construir un discurso para esas circunstancias -disfrutemos de la situación sin volvernos locos- que asumió sin problemas la inmensa mayoría del entorno social del club. Sin embargo, esa filosofía cayó pronto en el olvido en los despachos institucionales y fue sustituida por una vuelta a las medias verdades, falta de transparencia, prioridad del dinero y los oropeles, personajes externos con mando máximo en Osasuna -parece absurdo que quienes tienen intereses profesionales y personales en este mundo del fútbol de hoy sean quienes tomaran las decisiones-, y la destitución final, precipitada, impresentable humanamente e inútil de Martín hace dos meses cuando el equipo estaba a tres puntos de la salvación. Es cierto que el paso de Caparrós por Osasuna sólo ha empeorado al equipo deportiva y anímicamente, hundido en la clasificación y alejada la sintonía social entre club y afición, pero la responsabilidad primera y última sigue siendo de todos aquellos que por intereses personales o económicos, ignorancia, indolencia o inutilidad han llevado a Osasuna a la deriva actual hacia ninguna parte. En todo caso, el futuro a partir de ahora, al margen de los objetivos deportivos, debe afrontarse sin locuras desmedidas, sin gastos e hipotecas inútiles, sin decisiones absurdas y sabiendo que aún pesan sobre el patrimonio y la imagen del club sus obligaciones éticas y económicas con Hacienda. Y difícilmente quienes han generado este cúmulo de despropósitos pueden timonear ahora una ciaboga que recupere el rumbo de Osasuna. Es tiempo de tranquilidad, honestidad y serenidad, pero también es tiempo de cambio.