A propósito del ‘spinner’
la evolución de la peonza a un artilugio con forma de dron y tres puntas que rotan sobre un eje encaja con el signo de estos tiempos de rampante tecnología de quita y pon. El ingenio de moda responde al nombre de fidget spinner y su propagación ha puesto a los colegios en la tesitura de prohibirlo. El chisme genera una sensación ambivalente. Por una parte, se le confieren las virtudes de que al menos canaliza la impulsividad y aminora el pantallismo del que son pasto nuestros menores, necesitados de más intercomunicación presencial para compensar el hasta obsesivo ejercicio táctil. Sin embargo, se observa que el artefacto refrenda la contraproducente dinámica de tanta sobreestimulación y reto continuo. Esa tendencia a la multiacción perversa, en el sentido de que la clave para progresar cabalmente en la vida reside en buena medida en la capacidad de centrar la atención en cada actividad tras estructurarlas, priorizando las urgentes y/o relevantes. Sin olvidar que el aburrimiento ocasional resulta una terapia magnífica para sosegarse primero y para fomentar la creatividad después abordando posibles intereses no identificados. Me pregunto cuánto de bueno podrían hacer y aprender los niños de todo el planeta con el tiempo perdido en girar frenéticamente con los dedos las aspas del dichoso spinner.