se cumplen 10 años del agostazo, aquel golpe político del PSOE de Pepiño Blanco y Zapatero contra el PSN en 2007 para impedir la formación de un Gobierno entre NaBai, PSN e IU y volver a utilizar los votos de los socialistas navarros para mantener a Sanz como presidente. Un proceso similar al de 1996, cuando tras descubrirse unas cuentas del PSOE en Suiza a nombre de Javier Otano, entonces presidente del Gobierno de Navarra conformado por PSN, el CDN de Juan Cruz Alli y EA con apoyo de IU, Ferraz obligó a elegir presidente a Sanz por primera vez. Y que volvería repetir en 2014 cuando vetó la moción de censura a Barcina que el PSN había anunciado tras romperse el gobierno de coalición de UPN y Roberto Jiménez. El agostazo fue una victoria pírrica del régimen que ha controlado Navarra política, económica y financieramente durante décadas. Impidió el cambio político tras la irrupción de NaBai y la exclusión electoral de la izquierda abertzale en esas elecciones y permitió la continuidad de UPN en el Gobierno, pero también fue el principio del fin de ese mismo régimen que se consolidaría en las elecciones de 2015, cuando la mayoría de los navarros y navarras optaron por el cambio político que derivó en el Gobierno de Barkos y en el acuerdo mayoritario de Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e I-E. El agostazo fue un intento desesperado de supervivencia del régimen impuesto desde el temor al cambio que la sociedad navarra venía reclamando que derivó en tres hechos relevantes: la aceleración del debate en la izquierda abertzale para llegar al fin de ETA, la progresiva pérdida de influencia social del PSN y la elaboración de la teoría del quesito de Sanz, que llevó a UPN a romper con el PP y a eliminar del escenario político y electoral a sus socios de CDN. Esa estrategia culminó con el acuerdo entre Barcina y Jiménez en 2011 que terminó en un nuevo desastre político para los socialistas y acabó descabalgando a UPN del Gobierno. A aquel agostazo de 2007 le siguieron dos legislaturas de despilfarro y endeudamiento galopantes mientras la crisis elevaba hasta números desconocidos los datos de desempleo y las arcas forales se vaciaban. Ocho años perdidos que han terminado pagando los navarros y navarras. Y no hay vuelta atrás. Tras dos años de cambio político y social en Navarra, la vuelta al viejo régimen político es una añoranza inútil del pasado al que se aferran algunos poderes fácticos interesados en seguir viviendo de las cercanías al poder y algunos intereses privados a los que el modelo clientelar y despilfarrador de UPN les vino de perlas para sus negocios. Pero es pasado para la mayoría de la sociedad navarra. El Gobierno de Barkos ha consolidado el cambio y avanza hacia una nueva Legislatura tras 2019, el PSN dice haber apostado por la ciaboga definitiva en la política navarra descartando una vuelta a la alianza con UPN que tanto le ha costado social, política y electoralmente -otra cosa es que sea capaz con sus antecedentes de recuperar la credibilidad pedida en Navarra-, y UPN sigue instalado en un discurso extremista que cada vez le aleja más de los intereses de los navarros y navarras y le sitúa en la soledad política a la hora de buscar alianzas que le devuelvan la mayoría parlamentaria. No hay espacio ya en este siglo XXI para aquel agostazo. Con esos mimbres funciona ahora la política en Navarra. Y el que no lo comprenda pasará de largo en las urnas en 2019.