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Buena muerte en griego se dice eutanasia

Eutanasia del griego eu que significa bien y thanatos que es muerte, por lo tanto, etimológicamente eutanasia significa buena muerte o bien morir.

En la actualidad, en algunos ambientes se llama a la eutanasia muerte dulce o muerte digna, y en el ámbito sanitario se refiere a la acción u omisión, a petición del interesado, dirigida a evitar un sufrimiento o dolor insoportable en una persona con enfermedad grave e incurable, cercana a la muerte y refractaria a la terapéutica.

El poner fin a la vida de forma voluntaria, cuando está llegando a su fin, ha estado presente en muchos pueblos y culturas a lo largo de la historia.

En 2016 se produjo un debate en el Parlamento de Navarra en el que se aprobó, con 33 votos frente a 17, una moción por la que se instaba al Gobierno central a elaborar y desarrollar una ley que regule el ejercicio del suicidio médicamente asistido y la eutanasia.

Recientemente el Congreso de los Diputados daba el primer paso para una reforma del Código Penal que despenalice la eutanasia y la ayuda al suicidio médicamente asistido, con el voto en contra del PP, UPN y la abstención de Ciudadanos. Actualmente se contemplan penas de prisión de entre 4 y 8 años para quien induzca al suicidio de otro, y a penas entre 2 y 5 años para quien coopere con actos necesarios para el suicidio de una persona.

Coincidiendo en el tiempo, hemos sabido de la muerte del doctor Luis Montes, presidente de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), que ejerció como jefe de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid) hasta que fue objeto de una auténtica caza de brujas por parte del Gobierno del PP de Esperanza Aguirre, que le acusó, aunque posteriormente fue absuelto, de causar la muerte mediante sedaciones terminales irregulares a 400 enfermos, provocando uno de los mayores escándalos ocurridos en la sanidad pública española. Solía afirmar que: “la gente sufría y agonizaba durante horas y días sin otra razón que los prejuicios y la ineptitud de muchos facultativos”.

La legislación de nuestro país muestra un gran retraso respecto de la opinión social. Entre los detractores a la regulación de una muerte digna destaca la jerarquía de la Iglesia católica, que argumenta que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro deliberadamente. Y que la vida humana es un bien superior y un derecho indisponible, es decir, que no puede estar al albur de la decisión de otros ni de la de uno mismo. Sin embargo, muchos cristianos de base sostienen que cuando la vida humana se encuentra próxima a su fin, y ya no posee para uno mismo la calidad suficiente, deberían poder elegir, si así lo desean, esa muerte buena, digna, muerte hermana, no enemiga. Para ellos elegir la muerte, cuando es tiempo de morir, es el culmen de una vida, es el último acto consciente de abandono, de entrega voluntaria a una realidad superior que equiparan a la entrega de Jesús en Getsemaní, a sabiendas que le detendrían y le condenarían a morir en la cruz. Y que también ven en la lanzada del romano que atravesó el costado del crucificado, un acto de piedad para poner fin a la agonía.

Es cierto que esta misma jerarquía eclesial ha ido aceptando que es lícito desconectar un respirador artificial que mantiene un cuerpo con constantes vitales, o aplicar sustancias analgésicas o tranquilizantes, aún a sabiendas de que eso puede acortar la vida del paciente, ya que lo que persigue es aliviar el sufrimiento y no terminar con la vida. ¿Pero quién puede distinguir cuando el agua del mar pasa a ser del océano?

Se equivoca si no acepta una dosis mayor de tranquilizantes o sedantes que llevara a la persona a la muerte y al descanso. De la misma manera que también se equivocó en el oscuro periodo de la Inquisición que a tantos hombres y mujeres llevaron al tormento de la tortura para acabar quemados vivos en la hoguera. Como al filósofo, astrónomo y matemático Giordano Bruno, que afirmaba que el sol era una estrella más, y que fue condenado por el cardenal Belarmino, inquisidor del Santo Oficio de Roma, que también consiguió obligar a Galileo a pronunciar de rodillas la abjuración de su doctrina de que la tierra y los planetas giraban alrededor del Sol y desechar el colocar a la Tierra en el centro del universo. Su negativa hubiera supuesto la muerte en la hoguera. Juan Pablo II, en 1992, reconoció su error y declaró que los teólogos se habían equivocado en 1616.

Se equivocaba también el obispo de Oxford cuando, maliciosamente, preguntaba a los feligreses: ¿Usted desciende del mono por su abuelo o por su abuela?, queriendo ridiculizar a Darwin que reveló que Dios no creo el mundo en una semana, y que nosotros, los blancos blanquísimos de Europa, también vinimos de África.

Cuando es tiempo de morir, cuando la vida se nos escapa irremediablemente, debemos elegir responsablemente cuándo y cómo morir, debe hacerse a la manera de cada cual. Y los sanitarios deberían proporcionar los medios y los conocimientos adquiridos para atender las demandas de quien libremente les pide una ayuda para morir bien, consciente y serenamente. Es una exigencia del cuidado de la vida. El debate está servido.

El autor es psicólogo clínico. Especialista en cuidados paliativos