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El manido recurso a la educación

Publicamos ayer en DIARIO DE NOTICIAS un informe del Ministerio de Sanidad con datos relativos al consumo de drogas por comunidades en 2017 en el que Navarra ocupa el liderazgo en el ámbito del alcohol y pienso que en estos casos siempre viene a la cabeza el término educación. La educación, así como idea general, suele ser con frecuencia una de las recetas que se expenden, con mayor o menor fortuna, para hacer frente a los principales dramas sociales que atenazan a nuestra sociedad. El alcoholismo, la conducción temeraria o el machismo son sólo algunos de los tristes fenómenos cuya erradicación se confía a que los jóvenes vengan ya defábrica con otras actitudes como consecuencia de la formación que reciben. Pero a veces puede ser una forma como otra cualquiera de escurrir el bulto. Una vía para escaquearse cada uno de sus propias responsabilidades, políticas, familiares, sociales, vecinales... El castillo de naipes de la educación para el futuro se cae en nuestras propias narices cuando comprobamos que el problema más acuciante del consumo excesivo de alcohol se produce entre adolescentes y veinteañeros o que tres cuartas partes de los varones que agreden a sus parejas rondan los veintitantos o los treintaipocos años. Son solo dos ejemplos, pero la violencia machista o las intoxicaciones etílicas son algo mucho más silencioso y cotidiano de lo que parece. Asoma en un simple gesto de desprecio de cualquier conocido hacia su pareja. O en una noche festiva cualquiera con juerga de botellón. Lo vemos en nuestro entorno con más frecuencia de la que queremos reconocer. Los casos más sobrecogedores incluso alcanzan los titulares informativos. Pero es más tranquilizador y condescendiente recurrir al estereotipo y apelar genéricamente a las medidas educativas con la esperanza de que los problemas desaparezcan por arte de magia a la espera del siguiente titular sobrecogedor.