o estaba siendo un buen día. Para nada. Nissan consumaba su anunciada despedida de Barcelona dejando tirados a 3.000 currelas, para calcinar un total de 15.000 empleos contando los indirectos, mientras en el Congreso seguían recetándose discursos guerracivilistas con las decenas de miles de muertos por el covid-19 como arma arrojadiza. Y en el Parlamento foral la discusión política se centraba en quién ha conseguido en Madrid que Navarra vaya a gestionar el ingreso mínimo, en vez de congratularse los unos y los otros por ese logro objetivo para el autogobierno de todos. Uno, que está hasta los mismísimos de tanto tarugo, se topó en la radio con la voz de Ángel Iriarte y la mañana cambió de color. Hay esperanza. La hay si, más allá de credos e ideologías, no cae en saco roto la apelación de Cáritas a un verdadero pacto sin exclusiones para priorizar lo esencial a lo secundario y aun superfluo como es la plena garantía de unas condiciones vitales dignas en todos los órdenes. Y no solo para quienes hoy carecen de techo y comida, pues esta postpandemia criminal puede llevarse por delante a cualquiera y debe profundizarse en la cohesión social que restañe la brecha ciudadana con una estrategia sostenible y compartida. En este contexto de crispación alienante, lo que diga Cáritas. Basta ya de ruido estéril.