La pregunta del millón "¿a dónde vamos este verano?" se ha contagiado de otra más banal "¿qué hacemos este verano?". Ambas indican, aunque no se especifique, el papel de primer orden que muchas personas conceden a las vacaciones estivales por creer que constituyen el tiempo idóneo del año para vivir su verdadera vida. Además de eso, la segunda, si se enuncia con un ¡ay! de agitada aspiración, parece aludir al temor de un azaroso contagio.

Así se observan las imágenes posteriores al final del confinamiento, que revelan el sentir unánime de la mayoría: paseos sin rumbo fijo por calles, plazas y parques; ejercicios físicos al aire libre, recorridos en bici, contactos distantes con amigos y familiares en momentos de sana expansión. De este modo, la percepción del tiempo se hace más corta hasta las vacaciones; las cuales se vislumbran menos idílicas que en años precedentes. Por de pronto, muchos adolescentes trabajan, durante una parte de las mismas, para financiar gastos extra y liberarse de la dependencia familiar; lo cual les ayuda a madurar y soportar con ilusión un trabajo ocasional. Sin embargo, viajar al extranjero con un curro de fregador o de au pair, con el fin de sobrevivir, conocer el modo de vida del país y desarrollar la personalidad con nuevas experiencias, se ha convertido en algo excepcional. En cambio, han sido más numerosas las salidas de jóvenes, en programas escolares con otros países, para intercambios de uno y otro participante, durante un mes, con miras a aprender, de viva voz, el idioma del país de que se trate. Muchas familias se han aventurado a excursiones hacia la montaña, el mar y rutas de senderismo, con caravanas, para evitar los viajes organizados de agencias. Varios equipos de bolivarianos y ecuatorianos, con todos los efectos necesarios de porterías portátiles, cintas divisorias y camisetas de sus jugadores favoritos, practican el deporte rey y se deleitan felices en las zonas allanadas de la Vuelta del Castillo.

Finalmente, algunos adultos, sin renegar jamás del labrador que llevan dentro, prefieren sustituir las vacaciones convenidas, por tareas de libre elección en labores de huerta o jardinería, ya que un simple cambio de ocupación, si se hace con gusto y no por mera necesidad, reestablece el equilibrio físico mejor que el ocio.