e muere John Le Carré, uno de los grandes novelistas de las últimas décadas, y sus obituarios son algo al estilo de "para escribir de espionaje no lo hacía mal". Es el famoso desdén con el escritor de género: si se le puede poner una sola etiqueta ya no es un literato, sino un juntaletras de misterio, humor, ciencia ficción, terror, aventuras, romances, detectives, espías... Es el extraño caso, sin parangón en cualquier otro arte, en el que la temática impide la excelencia. Y se lleva tan a rajatabla que todavía están por concederle el Premio Nobel a un escritor de novelas de género, porque es lo que más desprecian los dueños del cotarro literario.

Si hubieran vivido en el siglo XVI habrían echado pestes de la novela picaresca. Porque ésa es otra: critican siempre los géneros actuales pero ponen los ojos en blanco con los pasados, y así hablan maravillas, por ejemplo, de la novela negra estadounidense de mitad del siglo XX. O, rizando aún más el rizo, son capaces de encumbrar la ciencia ficción de Julio Verne y despreciar la mucho mejor literatura del género que se ha hecho más recientemente.

En fin, a lo que íbamos: reducir a Le Carré a un novelista de espionaje es una auténtica melonada. Solo por su capacidad de crear personajes profundos, complejos, ya hay que llamarle literato. Y si además crea tramas sutiles e inteligentes -los amigos de peleas, tiroteos y demás que no asomen por ahí-; y si su reflexión constante es sobre cómo ser ético y decente en una sociedad de mierda; y todo ello con humor, sentido común y verosimilitud, lo que se obtiene es Literatura. Que, que sepamos, es escribir bien obras interesantes.

Y lo mismo nos da cualquier novela de la trilogía de Karla -El topo es, a decir de muchos, el que escribe incluido, su obra maestra- que La Casa Rusia, El sastre de Panamá (curiosa recreación de Nuestro hombre en la Habana de Graham Greene, el otro literato con el que más se le ha comparado), La chica del tambor (en la peli se omite el motivo por el que la llaman así, que como gazapo no está mal), El jardinero fiel, etcétera.

Pero escribió de espías en vez de escribir de sinsorgadas ñoñilíricas. Y además vendió millones de libros. Motivos más que suficientes para vetarle para siempre en el Parnaso.

Reducir a Le Carré a un novelista de espionaje es una melonada. Solo por su capacidad de crear personajes ya hay que llamarle literato