n situaciones excepcionales como es esta de la pandemia del coronavirus los mensajes y las noticias son un elemento fundamental. Sobre todo, la buenas noticias que en los malos tiempos son como el maná de la comunicación para alimentar el estado de ánimo de la opinión pública. Lo malo es que las buenas noticias tienden a durar poco y es fácil que pasen a convertirse en poco tiempo en una nueva serie de dudas, incertidumbres y contradicciones y pasan a ser sin saberse muy bien por qué buenas noticias acompañadas de una serie de malas consecuencias. Y si ya entre en medio de ellas aparecen como elefante en cacharrería la polarización y la bronca política todo camina a peor y la confusión social se desata. Ha ocurrido con la llegada de las vacunas contra el coronavirus y los planes para aplicarlas de forma masiva a la población. Un paso clave para avanzar en el control de la expansión de la covid-19 deriva en un guirigay de acusaciones cruzadas, de datos y estadísticas sobre los ritmos de vacunación, de oscurantismo informativo, las expectativas se ponen en cuestión -muchas veces con escaso o nulo fundamento real-, los reproches se cruzan de un lado a otro, resurgen las legiones de opinadores de todo y sobre cualquier tema, la información basura y las mentiras asaltan las redes, los medios y el debate político y todo se va ensombreciendo poco a poco. De la esperanza se pasa en pocos días al desconcierto. Y por si fuera poco, aparecen los primeros casos de ese eterno egoísmo individualista que acompaña a los humanos como especie. Altos cargos políticos, consejeros y alcaldes, jerifaltes militares y responsables sanitarios se han pasado por el arco del triunfo los protocolos de vacunación y se han aplicado la vacuna sin formar parte de los colectivos prioritarios en esta primera fase. El daño hecho a la confianza en las instituciones y a la propia democracia es irreparable. Son de esas realidades que emponzoñan la convivencia, alimentan los discursos más duros y el escepticismo y la desconfianza ciudadanas hacia quienes asumen responsabilidades públicas. La respuesta debe ser de un nivel de ejemplaridad equivalente al despropósito que han protagonizado. Ni los cargos políticos pueden seguir en sus puestos ni los responsables institucionales en el suyo. Y lo mismo sirve para los funcionarios que hayan podido saltarse sus obligaciones de servicio público adelantándose en la cola de la vacuna tirando de privilegio y pasando por encima de los grupos de riesgo prioritario. Las situaciones críticas o las catástrofes siempre sacan lo mejor y lo peor de las personas. Es un clásico y la realidad siempre supera a la ficción. Mirar para otro lado solo hará más profundo el error. Como en el caso de la extensión de la pandemia por incumplimiento de las mínimas normas de protección y precaución de unos pocos se genera un inmenso mal para muchos -de nuevo, la hostelería y el comercio-, la irresponsabilidad política y el egoísmo personal generan un daño de consecuencias colectivas. Y no tengo duda de que Navarra está aplicando con el mayor acierto posible el protocolo de vacunación con los viales disponibles ni de que Osasunbidea y sus profesionales están actuando con todo el rigor necesario. Sí tengo cada vez más dudas de que aquel animoso mensaje de la pasada primavera, en las primeras semanas de la pandemia hace casi un año, de que de este reto saldríamos mejores tenga alguna posibilidad real de cumplirse.