os veranos sin bailes ni festejos... Era demasiado para ellos, con las hormonas histéricas, con la energía desbordada, saltándose todas las barreras. Ya llevaban meses vacunando a los abuelitos, a sus padres, y seguían prohibiendo la vida alegre, la bandera de España que ondea igual entre gallegos, vascos, catalanes o madrileños. Fiesta, Hemingway, ebriedad vital con San Fermín en Pamplona, pero también aquí o allí, es casi una seña de identidad de nuestra cultura, de nuestro atolondramiento. Fueron entonces al polígono industrial del pueblo, que ahí nadie les molestaría ni sabrían de sus movimientos ¿no estamos en una supuesta sociedad libre? Habían terminado los exámenes, el verano acaloraba sus emociones, el ocio llamaba al vicio o al movimiento frenético, la noche se llenaba de estrellas, aunque dentro no podrían verlas bajo el techo de la nave. Unos a otros se pasaban la secretísima contraseña. Los mayores ya habían sido vacunados del maldito coronavirus; les habían mantenido encerrados y a la vez encendidos, "todo prohibido". Ya no había motivos, aunque subieran los contagios. Pocos morían o no sabían de eso, no querían saberlo. Ya habían pasado los peores momentos. Muchos, sin embargo, seguían enmascarados incluso en zonas solitarias, cuando a campo abierto no amenaza el maléfico bicho, pero el miedo ha entrado en muchas cabezas, incluso inmunizadas.

La diversión no solo duró una noche, pues para eso estaban las vacaciones, podían levantarse tarde: transgredir las normas, eso es lo que les han enseñado como bueno, ser rebeldes, y ahora las normas las establecen los antiguos hippies, los hijos de mayo del 68; presuntos revolucionarios, gobiernos de izquierdas. Pero uno se rebela ante lo que está encima oprimiéndole, da igual qué color tenga. Fue creciendo el grupo en los encuentros. Una poderosa instalación de música, luces y compras de alcohol o refrescos, ganas de meneo, juvenil desenfreno. Incluso las tradicionales fiestas en honor del santo del pueblo habían sido prohibidas de nuevo. Ni verbenas ni conciertos ni bares hasta muy tarde abiertos.

Descubrieron el foco de transmisión cuando volvieron a infectarse algunos mayores, cuando hubo quien no había pasado por la jeringuilla y tuvo que ingresar, ahogándose, en el hospital entre tubos y otros engendros. Otra vez a encerrarse en casa, los calores, además, encendiendo los momentos. Cuarentena para el grupo de amiguetes, la pandilla acusada de todo tipo de horrores.

¿Por qué no se vacuna día y noche también a los jóvenes? ¿Y si lo hacen mientras se van de copas? Unidades móviles, como en EEUU, lo hicieron también en aparcamientos... Es difícil mantener las bridas de un caballo sanguíneo cuando a su lado otros parecen querer arrojarse al galope.

En las calles, sus padres y mayores les acusaban diciendo: "Ahora el peligro sois vosotros, más que nunca, los jóvenes, el futuro que nos devuelve al pasado de nuevo."