ientras gran parte de los mortales no tiene medios para irse de vacaciones o está atenazado por el miedo a la galopante expansión de las nuevas variantes del coronavirus, el megamillonario Jeff Bezos (fundador de Amazon) acompañado de otros tres pasajeros ha dado otro impulso al turismo espacial. Una actividad al alcance de unos escasos potentados que pagan precios desorbitados por un vuelo de poco más de diez minutos en los que superan los cien kilómetros de altura, la llamada frontera espacial, y quedarse durante cuatro minutos en situación de ingravidez, antes de regresar a la Tierra.

Técnica o científicamente no supone un gran avance aunque impulsa la carrera del turismo espacial en el primer vuelo no pilotado y con una tripulación exclusivamente civil. Es más un capricho para satisfacer el ego de magnates que tienen más millones de los que pueden gastar. Estos astronautas de pacotilla -previo pago de 1,8 millones de euros- dilapidan sus billetes como si no fuera a haber un mañana mientras intentan configurar una vía de negocio y gasto suntuoso (algunos ya tienen reserva para viajar a la Luna) y despegar los primeros en una negocio de proporciones siderales. Ínfulas de nuevos ricos mientras gran parte del planeta se debate entre la estrechez, la necesidad y la supervivencia.