itius, altius, fortius. Más rápido, más alto, más fuerte. El lema olímpico cala en la mente y el cuerpo de muchos de los atletas que compiten en los Juegos a veces hasta la extenuación. La retirada de algunas pruebas de la mejor gimnasta de la historia, Simone Biles, afectada por un problema de salud mental (estrés), no hace sino corroborarlo. Su situación personal hacía peligrar su salud en una disciplina tan arriesgada como peligrosa. Tambien las escalofriantes imágenes de atletas abatidos por la climatología y la extenuación física. Los y las deportistas de élite no son superhéroes ajenos al dolor, la presión mediática, las miserias humanas, sus propios éxitos o las exigencias de sus directivos y patrocinadores. Para rendir al máximo en un deporte tienes que ser feliz contigo mismo y con quienes te rodean y cuando eso falla empiezan a derruirse muchos mitos. Y, además, que las condiciones te acompañen. Y el olimpismo y las grandes citas de los deportes de masas hace tiempo que se preocupan más de los derechos de televisión y de las prebendas de los directivos que del bienestar global de los atletas. Además de hacerles competir en unas condiciones meteorológicas y horarias que atentan al sentido común y a la salud. Las proezas les convierten a menudo en mitos y leyendas, pero no en superhéroes. Sus debilidades y necesidades son las mismas que las del resto de los mortales.