aya con lo que ha pasado en Afganistán. Muy difícil, comprenderlo y entenderlo. Es más, todos los análisis que se puedan hacer dependen de nuestra perspectiva espacial y temporal; es decir, lo vemos desde nuestro sistema cultural y social en pleno siglo XXI. Sin embargo, las cosas son más complejas.

El domingo 15 de agosto diferentes análisis de "expertos" indicaban que la gran duda era saber si los talibán iban a conquistar Kabul antes del invierno y lo lograron esa misma tarde. Sí; una vez visto todo el mundo es listo. Está claro: hacer predicciones, en especial sobre el futuro, es muy delicado. Un proverbio ruso dice que también es difícil predecir el pasado; tiene sentido ya que la interpretación de la historia tiene múltiples aristas.

La visión conocida de Afganistán es la de un país de muchas tribus difícilmente gobernable en la que los señores de la guerra campan a sus anchas. Una intuición sencilla relacionada con esta idea nos lleva a pensar en la existencia del país como entidad jurídica sin tener un gobierno central que se pueda ocupar de mantener un mínimo equilibrio en todo su territorio. En nuestro contorno más cercano (basta pensar en la Unión Europea) no ocurre lo mismo. Así se puede comprender con más claridad el tema de la perspectiva.

Además, no se trata tan sólo del tema de la nacionalidad. En otras culturas, una persona se siente más identificada por su raza (por ejemplo, pastún) y su religión (por ejemplo, musulmán de la rama chií) que por su nacionalidad (en este caso, afgano). Y todavía hay más. Cuando tenemos nuestras necesidades cubiertas comenzamos a pensar en otras cosas. No es el caso de personas que vivan en una zona rural preocupadas de cómo van a ir las cosechas o, más aún, no es el caso de mujeres que tienen el grave riesgo verse sometidas a un estado islámico ultraconservador. Eso sí son problemas serios. Serios de verdad.

En contextos así quien tiene todas las de ganar son los grupos bien organizados cuya prioridad absoluta sea alcanzar el poder, sin importarles perder incluso la vida en el camino. Y eso nos lleva a la situación actual. Cuando Joe Biden, el presidente norteamericano, dice que ellos no van a ayudar a combatir a quien no desea hacerlo se refiere al ejército "teórico" del país. Con independencia del juicio que cada uno pueda tener de la estrategia norteamericana en esa región, esta idea subraya la importancia de estar convencido de un objetivo sin importar el precio. No es lo mismo luchar por algo que se considera un planteamiento vital que luchar por sobrevivir o por dinero. La moral, fuerza, espíritu y determinación de los unos (o como escribiría Miguel de Unamuno de los hunos) no tiene nada que ver con la de los otros.

En definitiva, ha quedado una situación difícil y complicada de gestionar que nos lleva a reflexionar acerca de los frágiles equilibrios en los que se mueve nuestro mundo. Como demuestran los fenómenos meteorológicos asociados al cambio climático, pequeños cambios sin aparente importancia nos llevan escenarios que ni siquiera nos habíamos imaginado previamente. De la misma forma que la aparición de un virus en Wuhan ha cambiado completamente la situación mundial (lo grave no era la tasa de mortalidad del virus; lo grave era cómo desequilibró todo el sistema sanitario y económico), una variación geopolítica aparentemente regional tiene influencia global. Si la guerra de Siria ya supuso un incremento enorme de refugiados cuyo efecto se sintió en toda Europa, en el caso de Afganistán nos va a tocar revivir lo mismo. Vivimos pensando que las cosas van a seguir así por los siglos de los siglos, y sin embargo una situación puede tener variaciones significativas en unos pocos segundos. En este sentido, minusvaloramos la realización de planes B. Nos cuesta comprender que son necesarios los planes C, D, E... y así hasta la Z o la omega, según el alfabeto que usemos.

Cuando aparecen en prensa nombres como el mulá Akhundzada, Sher Mohamed A. Stanekzai, Sirajuddin Haqqani (Estados Unidos ofrece cinco millones de dólares por dar una información que lleve a su detención), Abdul Hakim Haqqani o el mulá Abdul Ghani Baradar (antiguo colaborador del ya fallecido Mulá Omar) observamos que la situación es un rompecabezas muy complicado de resolver. ¿Cómo gestionar esto?

El análisis del sofá de casa o del tertuliano de turno está alejado de la realidad. Lo fácil es criticar a la Unión Europea (como se hizo en su plan con Turquía para los refugiados sirios) o a Estados Unidos por montar campamentos o dar ayudas para evitar un éxodo mayor. Es indudable que las cosas deben empezar así; otra cosa es que la falta de instituciones globales eficaces para la gobernanza mundial impida alcanzar soluciones mejores.

Sin embargo, estas instituciones son necesarias para resolver estos desequilibrios que alcanzan, demasiadas veces, la categoría de catástrofes.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela