stamos todo el día tomando decisiones. Unas las meditamos, otras las tenemos interiorizadas como consecuencia de la cultura en la que vivimos, algunas han sido dirigidas e incluso manipuladas (una compra, un voto, una opinión, una inversión o una actividad concreta), la mayoría son inconscientes y reiteradas. Ahora bien, ¿son correctas? ¿Reflexionamos sobre ellas? ¿Hacia dónde nos llevan? ¿Existe algún mecanismo para mejorarlas? Sin duda, el verano es buena época para reflexionar sobre ello.

Uno de los instrumentos que proporciona la Economía de la Conducta es el de la Arquitectura de las Decisiones. Se trata de empujar a las personas hacia la dirección correcta. Para ello, habría que definir bien el concepto de dirección correcta. Esto nos llevaría a trabajadores más productivos, ciudadanos más solidarios o empresarios más eficientes. Conocer los mecanismos que usamos para tomar decisiones es útil para mejorar, pero también se puede usar para engañar. Desarrollaremos la primera opción mediante tres ideas.

Primera idea. ¿Nos gustamos como somos? Sí, todo perfecto. No, hay dos opciones. Uno, aunque no me gusta como soy, me cuesta tanto cambiarlo que voy a seguir igual. Para consolarme, al menos cambiaré mi relato mental. Dos, ya que no me gusta como soy, voy a cambiar. Iré instalando hábitos, hábitos y más hábitos hasta generar costumbre. Es fundamental que el coste de no ir a hacer deporte sea mayor que el coste de hacerlo. Debemos tener en cuenta nuestro mayor enemigo: la tiranía del corto plazo. Ocurre a todos los niveles. De hecho criticamos a los políticos ya que piensan en el voto de mañana, no en la mejora de la comunidad pasado mañana. Eso al menos tiene un componente racional, en tanto ellos salen ganando si son elegidos. El remedio es generar los incentivos adecuados para evitar esos problemas. La rendición de cuentas, por ejemplo, es una buena opción.

Pasamos de los políticos a nosotros mismos. Priorizamos el corto plazo, aunque perdamos a medio o largo plazo. No nos apetece formarnos más, alimentarnos mejor o probar otras opciones nuevas de vida, ya que "es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer". Por supuesto, esta frase es falsa (además de contener una contradicción en sí misma), pero la hemos adoptado como buena. Y eso ocurre siempre. En nuestra educación hay muchas frases que nos han interiorizado y nos parecen ciertas, cuando no lo son. Por ejemplo, "Hacienda somos todos" es una frase falsa. Hacienda es una institución del Estado. Punto.

Pasamos a la segunda idea. El sistema económico está montado para aumentar nuestro consumo y hacerlo más pronto que tarde. Si es necesario, endeudándonos. Es más, siempre se tiene en cuenta que no dejamos de repetir nuestros hábitos. Por eso todas las suscripciones o contratos de suministro se cobran por defecto. Eso no está mal; el problema es que se aprovechan de nuestra dejadez y si no revisamos los números a veces nos cobran cantidades enormes. Es debido a nuestra propensión al status: tendemos a quedarnos como estamos. Por eso es mucho, mucho más difícil captar un cliente que retener uno. En un mundo en el que se habla a menudo de cómo invertir el dinero o cómo administrar nuestro tiempo, poco se habla de cómo racionalizar el gasto y de cómo estar con mayor energía cuando realizamos diversas actividades de nuestra cotidiana.

Está bien decidir para ser lo que queremos ser. Está mejor decidir siendo conscientes de cómo es el sistema en el que vivimos. Ahora sólo falta la tercera idea: el Ikigai.

Se trata de un círculo en el que converge nuestra profesión, nuestra pasión, nuestra vocación y sobre todo, nuestra misión. Es un equilibrio entre aquello en lo que eres bueno, lo que amas, lo que el mundo necesita y aquello por lo que pueden pagarte. Un sistema educativo efectivo y moderno debe tener estas ideas presentas, ya que si las personas no desarrollan todo su potencial la sociedad tampoco lo hará.

En todo caso, debemos tener en cuenta que interactuamos con personas de forma constante. Por lo tanto, es conveniente tener habilidades sociales. ¿Cuáles son las mejores? Para ello, acudimos a Dale Carnegie, autor de uno de los libros más importantes del pasado siglo: Cómo hacer amigos e influir en las personas. Un pero: el título del libro es un despropósito. Debería llamarse inteligencia social.

Propone cosas como mirar las cosas desde el punto de vista de la otra persona, no criticar mucho, respetar la dignidad de los demás, brindar elogios y reconocimientos sinceros, ofrecer buena reputación a la que hacer honor, evitar las discusiones, conservar el equilibrio vital, tener sentido del humor y aprovechar el enorme poder del entusiasmo. Eso fue clave en la expansión del cristianismo: la pasión y energía que transmitía San Pablo resultó decisiva.

En resumidas cuentas, ya tenemos una primera arquitectura para mejorar nuestras decisiones. Para el neurocientífico argentino Mariano Sigman, "somos lo que decidimos". Mejorando nuestras decisiones, nos mejoramos a nosotros mismos y a los demás.