as heridas abiertas cuesta cicatrizar, necesitan tiempo para su cura. Heridas que no son solo físicas, también anímicas y esas suelen ser peores, porque no se ven a primera vista. A veces las personas se sienten heridas, pero también los lugares, las sociedades, los paisajes, en un sentimiento de dolor colectivo cuando no se consigue sanar aquello que lo provoca. Aquí tristemente sabemos mucho de heridas abiertas y de lo difícil que es cerrarlas, de lo esencial de ir paso a paso sanando para no volver a generar dolor. Sabemos bien la importancia de tender puentes entre lo que fuimos y lo que somos para prever el mejor camino hacia lo que seremos. Y en ese avanzar el arte siempre puede ser un remedio sanador; arte curativo, arte que cierra heridas y abre nuevos horizontes allí donde en tiempos solo se veían nubes. Así se presenta en Valencia la exposición Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60, como una bella historia de posibles e imposibles, de desencuentros y abrazos entre los dos artistas más importantes del arte vasco. Ahora son sus obras las que se muestran en un mismo espacio, dialogan y se encuentran. Lejos queda la rivalidad entre los dos escultores, que reflejaba la distancia de todo un pueblo y lejos también su abrazo reconciliador en 1997 tras décadas de enfrentamiento artístico y personal. Lo mejor es que esta exposición no va de los años de distanciamiento entre Oteiza y Chillida, sino de los años de amistad, del valor del reencuentro y la reconciliación. Arte que cierra heridas. Lo peor, que de momento no la podemos ver en Navarra, a pesar de tener aquí el legado del escultor de Orio.