El consejero de Cohesión Territorial anunció este martes que el tren de alta velocidad circulará entre Castejón y Campanas en 2026. "Se trata de una excelente noticia", se atrevió a decir Bernardo Ciriza, que resaltó el ahorro de 20 minutos por trayecto que supondrá la puesta en servicio de este tramo. En pleno subidón de adrenalina, Ciriza no hizo mención alguna a los más de mil millones de euros de dinero público que costará la broma y se vanaglorió de que "los navarros podremos ir en TAV sin esperar" a que se defina la conexión con la CAV.

Apenas habían pasado poco más de los 20 minutos que se ahorrarán en esta ruta de 70 km cuando por las redes sociales empezaron a proliferar las chanzas a cuenta del rocambolesco anuncio. Es comprensible que quienes defienden este tren celebren estos pequeños hitos, después de décadas de sucesivos incumplimientos en cuanto a plazos de ejecución de unas obras y de mucho politiqueo barato. Como también es comprensible que se hagan chistes a cuenta de que el horizonte navarro del TAV se limite por el momento al Castejón-Campanas. Máxime después de que entre las muchas tonterías, por no llamarlas falsedades, que ha dicho la derecha en el último decenio, está la que responsabiliza a la izquierda de que el TAV no haya llegado a Navarra. Ha sido un mantra utilizado de forma recurrente desde el vuelco político de 2015 como forma de desgastar al Gobierno que encabezaba Barkos. Seis años después, apenas ha cambiado el discurso de Navarra Suma. Su portavoz, Javier Esparza, volvió a repetir este martes, dirigiéndose al consejero de Cohesión Territorial, que acelere los plazos del TAV y "no acepte más chantajes de Bildu".

A estas alturas del debate, hasta el más indocumentado sabe que los ritmos de desarrollo y ejecución del TAV dependen de Moncloa. Como también sabe que es un tren sin ninguna rentabilidad social, que en absoluto contribuye a la cohesión territorial y mucho menos al desarrollo económico. Y que por la línea no se van a transportar otras mercancías que no sean las cervezas y algún refresco para llenar las cámaras de la cafetería, pese a que haya un empeño en vendernos otra película que podría titularse Un tren llamado deseo. A ver si tiene el mismo éxito que la del tranvía de Marlon Brando.