aya ha dicho lo que ha dicho. No lo que ahora quiere que creamos que ha dicho. Es otro clásico de la política este del donde dije digo, digo Diego ante un claro renuncio o cuando la realidad deja el discurso en evidencia con la pata metida en el charco. Maya dijo que “casi todas las personas que cometen delitos no son nacidas aquí”. Y eso, además de ser una declaración de innegable contenido racista, es también mentira. Todas las estadísticas sobre todo tipo de delitos que se cometen cada año en Navarra muestran con pocas dudas que los cometidos por personas extranjeras -la frase que “no son de aquí” ya es un señalamiento apestosamente ultra y xenófobo-, son el porcentaje mínimo. También los delitos cometidos por menorescometidos por menores en Navarra. Quizá la excepción puedan ser las bandas itinerantes que desembarcan periódicamente en Navarra dedicadas al asalto de viviendas y se largan. Pero Maya ha dicho lo que quería decir. No ha sido un error más del alcalde de Pamplona. Porque tampoco es nuevo esto. La mezcla de posiciones racistas vinculadas a cuestiones de seguridad ciudadana es una estrategia político-electoral de las derechas que viene de lejos. Y no es la primera vez que UPN hace uso de ella, aunque sea solo para desviar la atención de sus fracasos o problemas. En este caso, las palabras de Maya coinciden con su último gran fiasco al dejar aparcado su proyecto estrella para renovar el Paseo de Sarasate. Tampoco hay que engañarse. Ese discurso que expande un rechazo que acaba luego en odio al diferente, al extranjero, al otro da resultados. Siempre hay gente dispuesta a comprarlo para compensar sus propias frustraciones. Es un inmenso pozo pseudo ideológico con apariencia de sostén técnico y estadístico montado en realidad sobre falsedades, prejuicios, obsesiones identitarias, fanatismo religioso, elitismo clasista y demás vicios del conglomerado ideológico reaccionario. En el fondo, una referencia nostálgica a los viejos tiempos en los que habita esa Pamplona normal de la que suele hablar Maya cada vez que mete la pata como último agarradero. Aquella Pamplona triste, gris y casposa. La Pamplona hipócrita y mojigata más de misica y putica que de alegría y vida. Más de caridad que de solidaridad, por eso tampoco le gustan las políticas de ayudas a los sectores menos favorecidos o las políticas comunitarias con menores desfavorecidos o extranjeros. Más de paternalismo empresarial para acallar conciencias por la explotación laboral que de derechos laborales. Maya mintió al señalar de una manera inaceptable a un colectivo como las personas extranjeras, una buena parte del cual necesita de ayuda y protección, y lo hizo conscientemente para azuzar un debate social que le pueda dar un puñado de votos en pugna con la ultraderecha de Vox. Irresponsable humanamente e indigno como responsable público. Más aún en calidad de alcalde de la Iruña de hoy, que nada tiene que ver con esa Pamplona normal que añora inútilmente Maya. Al final, camino de su tercera reprobación en el Pleno del Ayuntamiento de Pamplona esta Legislatura. Para pensarse un poco si continuar en el sillón de la alcaldía. Al menos, darle una vuelta si merece la pena continuar así, con esa actitud y esos discursos.