e Eurovisión, lo que más me enganchaba eran las votaciones. Había que escuchar al narrador del festival, José Luis Uribarri, cómo anticipaba el trapicheo de los puntos entre naciones. Lo clavaba. Tirando de estadísticas de años anteriores y de las relaciones geopolíticas entre países, de filias recientes y antiguos agravios, el euroexperto venía a demostrar con su bola de cristal que la calidad de la canción sometida a juicio de los jurados no era el hecho más relevante para acabar más arriba o más abajo en la clasificación final. Quizás por toda esa trama tejida entre bambalinas casi nadie recuerda una melodía ganadora del certamen desde los tiempos de Abba.

Eurovisión ha luchado por amoldar a la modernidad ese formato sesentero que se presentaba como festival de la canción ligera y que cayó en decadencia con el paso de los años. Lo cierto es que muchos países participantes no hacían nada por reflotarlo; concursando con auténticos truños -las elecciones de RTVE de participantes eran un sonrojante ejemplo- solo contribuían a hundir la audiencia televisiva del evento. Llegó un momento en el que el certamen no se lo tomaban en serio ni los precandidatos -un tal John Cobra alcanzó más fama por sus gestos obscenos que por su voz- ni el público -que llegó a elegir por votación popular la parodia del Chiquilicuatre auspiciada por un programa de otra cadena de televisión-.

La sombra de la polémica acompaña al festival y sus prolegómenos, que han vivido un relevante episodio con la reciente elección en Benidorm del representante de RTVE. Las acusaciones de tongo en el proceso de votación han impulsado la reclamación de partidos políticos, sindicatos y movimientos feministas; el cierre de su perfil de Twitter de la elegida ante la avalancha de insultos y amenazas; un comunicado de la organización; horas de radio y televisión... Yo no he escuchado la canción ganadora ni falta que me hace, pero sé de las amistades de Chanel, de la teta de Rigoberta Bandini y de las fobias antinacionalistas desencadenadas por Tanxugeiras. Sobra decir que la audiencia de la final se disparó como nunca con un share del 21%.

En tiempos en los que el rigor pierde la batalla ante la hegemonía engañosa de lo que se consume en las redes y lo que no, la canción, el valor de la música en este caso, parece lo menos relevante. En realidad creo que solo importa el espectáculo externo que genera, aunque sea para mal. Dar el cante, en suma. Y Uribarri ya lo sabía.

En tiempos en los que el rigor pierde la batalla ante la hegemonía engañosa de lo que se consume en las redes y lo que no, el valor de la música parece lo menos relevante