l día 6 de febrero de 2022 podría haber sido un domingo cualquiera en Pamplona, pero no. Estaba destinado a ser un día en el que cambiaría la vida de muchas personas. Para mi mujer y para mí así lo hizo. A las seis de la mañana entrábamos en urgencias de maternidad del hospital Virgen del Camino como consecuencia de las contracciones que había empezado a sufrir mi mujer horas antes. Como toda pareja primeriza ingresamos nerviosos, mucho, puesto que nuestro niño, el que con tanta ilusión y amor esperábamos, se estaba adelantando. No obstante, estábamos a la vez ilusionados y esperanzados en que todo iba a ir bien. Estábamos preparados para recibir en este mundo a nuestro hijo. La fatídica noticia llegaba poco tiempo después, confirmada por una ecografía: el niño no tenía latido, había fallecido. No se está preparado para esto, es devastador; la noticia te noquea como un gancho de derechas. En ese mismo momento todo se detiene. Todos los esquemas mentales, planes e ideas de futuro que pudieras tener se resetean, vuelves a la casilla de salida; estás de nuevo en el día cero del futuro que ha de venir. Un sentido y caluroso abrazo de un sanitario me extrajo de mi trance, mientras mi mujer lloraba desconsolada. A pesar de lo dramático de la situación, algo en mí, no puedo describir qué, me decía que estuviera tranquilo y sentí que todo iba a salir bien. Estábamos en pandemia y rodeados de personas extrañas pero no estábamos solos en absoluto. Los sanitarios, todo el equipo sanitario, han sido nuestros héroes, los que nos han acompañado y ayudado a pasar este trance. Horas después, ese mismo día, serían parte de estos mismos sanitarios, en este caso más de 4.700 valientes enfermeras y enfermeros, los que se enfrentarían a su reto personal: su temida oposición. La cual determinaría de manera fundamental para ellos su particular día cero, que resultó ser, sin ser sanitarios, el mismo día que para mi mujer y para mí.

Me faltan palabras de gratitud y de agradecimiento para todos los sanitarios que nos han atendido y que nos han hecho sentir más que especiales, mucho más que ser simplemente "los pacientes de la sala 6" o "de la habitación 206". Solo citaré algunos nombres: Paula, Bea, Miren, Lorea, Sara, Amaya, Ana, Adela, Izaskun...auxiliares, enfermeras, matronas, ginecólogas, trabajadoras sociales; su cargo o posición es irrelevante. Componen un equipo fantástico, sobresaliente, perfectamente coordinado y engrasado, con unas capacidades de empatía, apoyo, respeto, consuelo y acompañamiento encomiables. Sin su calidad humana no hubiéramos podido superar esta experiencia tan desgarradora. ¡Cuánto puede transmitir un pequeño gesto, una mirada o una palabra en el momento que es oportuna! ¡Gracias y mil veces gracias! Debo hacer, no obstante, una mención especial para Cristina. Ha sido nuestro ángel de la guarda jienense, que nos ha acompañado de manera continua a lo largo de su turno de 12 horas y cuya templanza, paciencia y profesionalidad conseguían transmitirnos la tranquilidad que necesitábamos cada vez que apretábamos el dichoso botón rojo por cualquier motivo.

Reflexiono, día 7 por la tarde, después de que no hayan pasado ni 48 horas, y me doy cuenta que el 100% de los sanitarios que nos atendieron fueron mujeres. No creo que sea una casualidad. En este caso, esto no va de igualdad sino de sensibilidad, de una sensibilidad especial y de estar hecho "de otra pasta". Después de acompañar a mi mujer durante horas en todo el proceso hasta la finalización del parto, tengo claro quién es hoy en día el sexo débil, y que únicamente hemos llegado hasta aquí porque ellas lo han querido así.

En el mundo empresarial privado abundan los eslóganes del tipo nuestra empresa la hacen las personas o el carácter de nuestros trabajadores nos define. En el ámbito del servicio público lamentablemente esto no se aplica de la misma manera. Se dice cuidemos o salvemos la sanidad. No, en impersonal no. Yo digo cuidemos y salvemos a nuestros sanitarios, porque ellos y sólo ellos serán los que, cuando los necesitemos, puedan cuidarnos y salvarnos a todos y cada uno de nosotros. De nuevo, ¡gracias por salvarnos a nosotros dos!