n The Power of Regret, Daniel Pink glosa quince mil testimonios de personas arrepentidas, "onguy jauturic nigarres", como escribiera Pedro de Ezcurra. De más de cien países, mil culturas, credos y aceras, entre ellas hay canallas confesos y ancianas con picazón por el robo de un chicle hace ocho décadas. Víctor Hugo Viscarra lamentaba no haber reclamado la herencia paterna, ya que así hubiese abierto una cantina con un único amo y parroquiano: él mismo. En sus memorias Tony Blair no se retracta de la invasión de Irak, pero sí de la abolición de la caza del zorro, "error fatal fruto de un prejuicio urbano". Y usted, ¿de qué se arrepiente?

Según la investigación, el principal motivo de arrepentimiento en la vida no es una aciaga elección académica, una apuesta laboral insatisfactoria o una inversión ruinosa. Muy por encima está el cargo de conciencia por algún fallo en las cuitas familiares y amorosas. Molesta haber perdido tiempo en tareas horribles y dinero en naderías. Pero sobre todo duele lo otro, el despiste afectivo, la mezquindad emocional.

Ando en esas cuando sale un tirano en la tele y me brota el estribillo chanante: "¡Hijo de puta!, hay que decirlo más". Luego aparecen sus víctimas y pienso que también hay que decir otras cosas, y querer mejor a quien bien nos quiere, no vayamos a sentir un día, maleta en mano y tarde, no haberlo hecho. La revista Life preguntó a los sarajevitas durante el asedio si en una reencarnación optarían por ser de nuevo humanos. Contestaron que por supuesto, que pese al sufrimiento reincidirían. Y añado yo: no para odiar más -razones tenían-, sino para atinar en lo contrario.