rimero, se crea el problema. Segundo, se presume de solucionarlo. Como si no fuera con ellas el origen de la situación. Publicidad cínica como terapia contra la queja social. Concierne a la banca y a las empresas eléctricas. La banca reduce oficinas, deja huérfanas de servicio zonas poco pobladas, limita el horario de atención al público, incrementa el cobro de comisiones. Delega cada vez más en las gestiones por Internet. Sin la menor sensibilidad por carencia o deficiencias en la cobertura y por el analfabetismo digital. La brecha digital. Las colas ante los cajeros afean la imagen corporativa. La multiplicación de protestas salpica la razón social de las entidades financieras. Mucho neón en los logotipos, brillo mortecino en el servicio. Lucro creciente, atención menguante. Fusiones para mejorar el músculo empresarial, con despidos que debilitan el brazo de la atención presencial al cliente. Para algunas generaciones, el empleado de ventanilla era servidor, asesor y confidente. Hoy se valora como un coñazo poco rentable. El empleo en banca pasa a ser de comercial. Ante el escándalo, toca reaccionar. La publicidad contraataca: “Ampliamos el equipo de especialistas en la atención al cliente senior”. También, cajeros de uso fácil con acompañamiento personal en su uso e incremento de ofibuses. Lo que no se hizo por acción, se implanta por reacción. Toca presumir. Sin contrición. Con inversión en comunicación. Con pasta y con jeta. Y las eléctricas, otro tanto. El precio de la luz se dispara. Las facturas castigan la economía doméstica. El recibo sigue ininteligible y la incertidumbre acompaña la recepción del siguiente. De sorpresa en sorpresa hasta el susto final. Pues bien, los anuncios te proponen fórmulas para que sepas cuánto vas a pagar. Puede leerse: “Precio fijo personalizado sin sorpresas cada mes”, “Fija un precio mensual y despreocúpate de horarios de consumo”. Abuso concertado. Chispa no les falta. Son eléctricas.