ace días en un garito donostiarra no dejaron pasar a dos chavales saharauis "por ser moros". Con razón, el hecho encendió la ira de los afectados, la denuncia de sus acompañantes, la escandalera en los medios y el crujir de dientes colectivo. Bueno, esto menos. De paso motivó el susto de los hosteleros y su disculpa: se habían confundido de personas. Dice un refrán sefardí que de la kara se konose el visio, pero a veces falla. La gravedad del suceso ha obligado a señalar la luna y no el dedo, como debe ser, el bosque y no el árbol. Por supuesto es injusto, muy injusto, prohibir la entrada a alguien por su raza, y esa la prioridad. Pero tampoco parece razonable censurar la entrada periodística a un asunto como si no existiera. Porque, a lo José Mota, ¿y si sí...?, ¿y si existe un problema con ciertos sujetos?

Con muy profesional criterio, este diario ha ofrecido la versión de los dueños del bar: "Los robos en la Parte Vieja han hecho que muchos locales hayan decidido protegerse. Casi siempre pasa con quienes suelen estar en la Plaza Sarriegi. El portero tiene la consigna de evitar que entre gente de ese perfil". De modo que, tras subrayar el racismo en la página impar, quedan tres opciones: investigar si una peña concreta delinque a mansalva, lo que sin duda se haría si fueran neonazis; prejuzgar que no, que eso de los robos, el perfil, es un simple bulo; o, sabiendo que es verdad, silbar a la vía. Vamos, que tanto taberneros como parroquianos mienten, y que si no mienten mejor dejarlo estar. Y en esas estamos, forzando al pueblo a que arregle a su manera, con sus errores, lo que la ley se empeña en no arreglar.