oy se celebra la Amstel Gold Race, el domingo pasado fue el Tour de Flandes, el domingo que viene es la París-Roubaix, tres días más tarde se disputará la Flecha Valona y cuatro días después la Lieja-Bastogne-Lieja. Ayer mismo concluyó la Vuelta al País Vasco, después de seis jornadas fantásticas con algunos de los mejores vueltómanos de la actualidad en liza y las carreteras, como siempre, atestadas con la mejor afición del mundo. En estos tiempos tan sumamente oscuros que corren por la Vieja Europa, con un país invadido por otro y un futuro cuando menos inquietante y tenso, ver estas maravillosas pruebas y poder disfrutar del espectáculo alejados por unas horas de las tensiones y preocupaciones del día a día es medicina para el alma, es una escapada hacia la felicidad y una de las muchas plasmaciones de las cosas tan enormemente bellas que ha sido capaz de crear el ser humano, ese mismo que, lo vemos, también es capaz de las mayores atrocidades. Ya lo he dicho unas cuantas veces: el deporte te salva la vida. Practicarlo, verlo, soñarlo, imaginarlo... En cualquiera de sus modalidades, es una vía de escape soberbia. Hace un par de años a estas alturas todas las competiciones locales, nacionales e internacionales de todos los deportes estaban paradas y por vez primera en muchos años los aficionados sentimos el vacío que supone que en meses de máxima competición no se celebre nada. Por suerte, todo ha ido volviendo y parece ser que, con sus restricciones y peculiaridades, la inmensa mayoría de citas se seguirán celebrando con normalidad como antes de 2020. Confiemos en que este nuevo foco de tristeza y conflicto se apague lo antes posible y que los y las deportistas de ambos países también puedan retornar a la normalidad, rota por la invasión y el drama, un drama del que los afortunados a muchos kilómetros de distancia podemos escaparnos.