l pasado jueves 14 de abril se jugó un partido entre el Fútbol Club Barcelona y el Eintracht de Frankfurt. El resultado (2-3) quedó ensombrecido por un acontecimiento asombroso: la gran cantidad de aficionados alemanes que acudió al partido y que llenó la grada del color de su equipo, el blanco. ¿Cómo puede ser?

La UEFA permite vender 5.000 entradas para los seguidores del equipo visitante. El resto se supone que se lo debe comprar por su cuenta, como cualquier otro aficionado que acude a presenciar un partido. Hasta ahí, todo normal. Lo que ocurre es que algunos clubs tienen una estrategia para aumentar sus ingresos: si un socio no va a acudir al partido avisa con tiempo suficiente para que se pueda ofrecer su localidad. Si por ejemplo una entrada cuesta 100 euros, el club se queda 50, el socio otros 50 y el aficionado que acude al campo disfruta del partido. En este escenario, todos ganan. El famoso win-win se convierte en win-win-win.

Sin embargo, aparece un problema; quizás quien ha comprado la entrada es del equipo rival. Si son unos pocos, no pasa nada. Si son unos miles, la cosa cambia. Además, es muy difícil disimular: 25.000 personas adicionales se notan en una ciudad. La llenan de cánticos, la vacían de cerveza. Descarado, ¿no?

La mayor parte de los aficionados que acuden a animar a sus equipos por el mundo tienen un poder adquisitivo muy alto. Sí, es verdad que el partido se celebró en Semana Santa y eso favorece los desplazamientos masivos, pero seamos claros: ir al Mundial de Qatar a animar a una selección será carísimo. Sólo pensar en el presupuesto que se va a necesitar es de asustar; pero bueno, cada uno se gasta el dinero como quiere. El caso más extremo es Argentina: hay aficionados que llegan a vender el coche o incluso una casa por ver a su equipo. En el Mundial de Rusia los fans argentinos sólo fueron superados, claro, por los rusos. Al menos Qatar tiene un consuelo: el gasto en desplazamiento será inferior al de Rusia. Hay una ligera diferencia en la superficie de ambos países. Por cierto, lo más puro del fútbol, la afición. El reciente caso de reparto de comisiones entre Piqué y Rubiales muestra la “pureza” de un deporte que lleva los mundiales a países tan democráticos, transparentes y fiables como Qatar o Rusia.

Volvamos a Barcelona. Los aficionados del Eintracht de Frankfurt estaban dispuestos a pagar una gran cantidad de dinero por una entrada. Y aquí es donde aparecen incentivos perversos: si alguien es socio, puede vender su pase, quizás, por 300 euros. Además, hacerlo fuera del canal del club permite quedarse todo el dinero. El negocio es el negocio. Y no está mal pagado, claro que no. Es más, a priori el Fútbol Club Barcelona es muy superior al Eintracht y no debería tener problemas para ganar el partido. Y por una localidad, no pasa nada.

Por supuesto, los aficionados del Barcelona no son ni mejores ni peores que los demás. Cuando un club vende unos “valores” no deja de ser una estrategia de marketing para captar más mercado. La cuestión es que de los valores pasamos al valor de la entrada: ¿Cuánto dinero estoy dispuesto a recibir a cambio de permitir un aficionado rival más en el campo? No hay más. La economía tiene una regla básica: “Las personas responden a incentivos”. Y salvo que algo toque a nuestras convicciones más profundas (la vida, la religión, nuestra patria o una ideología concreta) todo tiene un precio. Es el mercado, con sus pros y sus contras.

Lo malo es que este patrón de comportamiento se repite a menudo. Por ejemplo, cuando alguien piensa “si no pago impuestos no se va a notar; total por uno no pasa nada”. Si todo el mundo lo hace, el Estado de bienestar quiebra. Cuando un pastor pacta con los demás sacar sólo 10 vacas al terreno común y hace trampas sacando una vaca más (se supone que el terreno es amplio y es muy difícil pillarle), si todo el mundo lo hace el alimento de los animales desaparece. Si se pacta un límite para talar árboles en la selva amazónica y algún listillo se sobrepasa ya que “por uno más no pasa nada”. Si todos lo hacen nos quedamos sin árboles. Cuando los países pactan límites de contaminación y alguno se salta la norma piensa que “por uno más no pasa nada”. Si todos lo hacen nos quedamos sin planeta.

Este es uno de los problemas más graves de la economía. Se llama la tragedia de los comunes. Y el caso de las entradas lo muestra con toda su crudeza.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela