l otro día escuché a dos amigas en el metro hablando de falsificaciones. Qué sentido tiene comprarse un bolso de piel que imita a un Loewe de 2.500 euros por 200 en vez de un bolso de piel que no imita a ningún otro por los mismos 200. Cuál es el plus. Que con el logo de Loewe te cuelgas al hombro un tipo de reconocimiento social y te envuelve esa aureola dorada de aceptación por parte de las y los entendidos. En función del ámbito en el que te desenvuelvas, esto te resultará una ridiculez o una obviedad. Después de salir del metro, entrar al súper, llegar a casa, parlotear un poco con mi hijo, ver sus cromos, recoger la ropa tendida y doblarla, pensar cuándo la plancharía, desenrollar la esterilla para hacer algo de ejercicio, darme cuenta de que ya era tarde porque ese hombre que prepara la cena maravillosamente está fuera, volver a enrollarla, cenar, recoger la mesa, leer un capítulo a nuestra criatura, prepararle chándal, camiseta de recambio y almuerzo para el día siguiente y rescatar de otro bolso la tarjeta del metro olvidada, me acordé de la falsificación de Loewe. Y leí un artículo. Parece que hay tres perfiles de consumidores de copias, el que busca proyección y aceptación social, el antimarca y el que no tiene ni idea de lo que estamos hablando y además, le da igual. Ni sabe ni quiere saber. El antimarca podría ser una versión depurada y perversa del antisistema. Voy a comprar la copia porque estoy en contra de la estrategia elitista y antidemocrática de las marcas de lujo y quiero erosionarles los beneficios, pero luciendo su logo. Voy a votar a VOX para que lo reviente todo desde dentro. Y quien busca reconocimiento a través del plagio quizá sería como quien vota ultraderecha, derecha y centroderecha creyendo que va a ser aceptado por una clase social que no es la suya y que sus necesidades y sus intereses van a ser defendidos por quienes sólo se acuerdan de que existe en campaña pre-electoral. No lo sé, no pude escuchar el final de la conversación porque había llegado a mi parada.