stoy haciendo una lista de bienestares asequibles. Quiero llegar a cien, por poner un número redondo, lo que me va a exigir atención. Intuyo que son más, pero tienen la capacidad de pasar inadvertidos y yo de automatizarlos y desactivarlos.

Formar parte de esta relación exige varias premisas: no depender del concurso de otras personas, aunque puedan participar, no suponer coste económico en el momento, es decir, se juega con lo que se tiene, y ser mínimos. Algunos son fortuitos y ahí entra la suerte de tropezarlos y otros pueden disfrutarse a demanda.

Inauguran la lista identificar las especies vegetales con las que me cruzo y vigilar su crecimiento (a demanda), recoger un esqueje caído de una ventana (fortuito), ponerlo en agua y que eche raíces y plantarlo y que arraigue, ver una colada colgada para secar en la que se ha buscado la armonía o el contraste de colores, también ciertas combinaciones de colores en cualquier soporte, reconocer desde la villavesa a las personas que van por la calle (un viaje fructífero arroja como mucho dos o tres avistamientos, cinco en alguna ocasión reseñable, habitualmente, nada), escribir con buena letra, lo que requiere serenidad para cuidar cada trazo y un bolígrafo que se deslice sobre el papel, que no tensione la mano y tenga un azul intenso que ayude a la lectura, callarme lo que no quiero decir y decir bien lo que quiero.

Como con frecuencia utilizo este espacio para dar cuenta de aquello con lo que estoy en desacuerdo, me molesta o considero inaceptable y puede que contagie el sarpullido a quien lo lea, he pensado en compensar, en bucear en el otro lado, el agradable o simpático (nunca he sabido muy bien qué meter en este cajón, pero igual ustedes sí), reconfortante o tranquilizador. Ahí sigo.