e extendió a la velocidad del rayo hace unos días por las redes sociales un vídeo de Steve Kerr, entrenador de los Golden State Warriors de la NBA -Kerr ganó cinco anillos de la NBA como jugador y lleva 3 como entrenador-. En el vídeo, Kerr obviaba prácticamente toda información sobre su equipo en una rueda de prensa pre partido y se centraba en mostrar su ira, pena, rabia y hastío por la venta de armas indiscriminada en los Estados Unidos, una venta que está detrás de masacres como la que esta semana nos conmocionó a todos, aunque por desgracia son tan reiterativas en mayor o menor medida en aquel país que también casi hemos generado caparazón de tortuga. Kerr, cuyo padre fue asesinado a tiros en el Líbano cuando Kerr tenía 19 años, lloraba de impotencia al tiempo que acusaba a los senadores y a los políticos de mantener una legislación aberrante únicamente por intereses de poder, mientras, según él, “el 90% de los estadounidenses, del partido que sean, están a favor de establecer más límites”. La edad de los asesinados, apenas 10 tiernos años, quizá haya otorgado al suceso un grado más de rabia e indignación que en precedentes similares, unido al siniestro hecho de que el asesino esperara a cumplir los 18 años para comprar las armas y cometer la masacre, en una suerte de bautismo de fuego que resulta irreal solo de pensarlo: un sitio en el que un apenas chaval no tiene pega alguno en armarse hasta los dientes y llevarse por delante 21 vidas. Algunos periodistas que viven en el llamado país de la libertad ven posibles indicios de que este suceso sí que puede marcar un antes y un después en cómo se accede a las armas en los Estados Unidos tal que si fuesen paquetes de Donuts, pero la verdad es que desde la vieja y ahora asustada Europa no sé si puede confiar mucho en la bajada del belicismo que a todos los niveles y estratos se vive en aquel lugar. Ojalá sí, claro.