oño, junio, qué bueno, mes de festejos a cientos y al parecer y por fin de prefiestas de todo tipo. El fin de semana fueron en el barrio y, la verdad, era toda una gozada ver a pequeños y mayores disfrutar de unos días de alegría y eventos. Dos días y medio, en total. Ya he escrito antes de esto, pero vuelvo a hacerlo, porque comienzan a desvelarse fiestas patronales -y las de Pamplona- y vuelvo a contemplar con una mezcla de horror y pasmo varias localidades en las cuales a este paso las fiestas patronales casi van a durar más que las no fiestas patronales. Sinceramente, el concepto fiestas patronales hace mucho que se salió de madre. Conozco localidades en las que viven no más de 50 personas que empiezan con cosillas el jueves a la noche y acaban el lunes por la mañana. Por no hablar de esos pueblos de entre 5.000 y 10.000 que se marcan más de una semana de jolgorio cuando no 10 días, como si hubiese una especie de competición con los de Villarriba por ver quién las tiene más largas, las fiestas. ¿No sería mejor concentrar todo un poquillo más, meter menos cosas, dar tiempo al personal a coger resuello, gastar menos dinero público y destinar ese dinero que no se gasta a asuntos más urgentes y seguro que necesarios? En todas partes hay asuntos urgentes y necesarios y destinar un 15 o un 20% del presupuesto festivo no va a desbaratar nada ni va a mermar en absoluto lo bien que se lo pueden pasar unos y otros en esos días. Pero en esta tierra nos pasamos de comida, de bebida, de actos, de oferta, de días, como si echando cantidad en magnitudes industriales todo fuera a ser mejor. No sé, quizá sea una tara que se ha ido arrastrando y que venga de las penurias de postguerra o yo qué sé, pero es que el volumen en general de ingredientes y materiales y actividades es tremendo. No se trata de hacer unas fiestas Feng Shui, sino de un poco más de contención. Creo.