amplona tiene ante sí misma uno de los retos más importantes de los últimos años. La ciudad como espacio y todos sus habitantes tienen, tenemos, el reto de ser capaces de acoger la euforia desatada que parece se avecina en los próximos Sanfermines. Hay ganas de fiesta tras dos años de parón. Hay necesidad de cercanía y de disfrutar en la calle tras meses de distancia, pero también hay que saber que la mejor fiesta posible es aquella que se vive en su verdadera dimensión, sin que sobre ni falte nada. La esencia de la fiesta de San Fermín es una mezcla extraña, una fórmula desconocida que se transmite de generación en generación sin revelarse, porque cambia cada año; una manera de ser y estar. No hay un manual, ni protocolos, ni casi importa el programa que se marque. La fiesta tiene sus reglas y están marcadas aunque no las veamos y se apoyan en el respeto, la diversión, la integración, el no todo vale y el ya vale de muchas cosas. La ciudad y los ciudadanos y ciudadanas de Iruña como anfitriones tenemos que estar preparados para lo que viene y vivirlo con la intensidad propia de unas fiestas doblemente esperadas. Pero quien tiene una responsabilidad por encima es el Ayuntamiento de Iruña, como organizador de las fiestas y como gestor todo el año de la vida pamplonesa. Y crece la sensación de que este Ayuntamiento va dando tumbos hacia un San Fermín que no sabe por dónde coger. Y eso no es buena señal. Son ya demasiados los mensajes equivocados y pocos los aciertos en estos previos. La actual corporación se estrena como quien dice en estos Sanfermines post Covid, como un joven de 18 años al que la pandemia privó de dos años de fiestas. En 2019 cogían el testigo de un programa ya encaminado y ahora en 2022 lo que viviremos es 100% marca Navarra Suma con su alcalde a la cabeza. La última ocurrencia, porque a sus propuestas no se les puede calificar de nada más, ha sido la gota que colma el vaso de este desconcierto sanferminero con la idea de colocar 10 barras en una de las zonas más saturadas de bares de la ciudad, promoviendo una especie de botellón oficial en la Plaza del Castillo al tiempo que persigue el no oficial en otras zonas, para favorecer aún más el consumo de alcohol y a sectores cuya economía prima por encima del bienestar colectivo.

Crece la sensación de que este Ayuntamiento va dando tumbos hacia un San Fermín que no sabe por dónde coger. Y eso no es buena señal