omparto un trayecto de ocho pisos en ascensor. El elevador sube como la temperatura: lento y sin detenerse. Hace tanto calor que nadie se atreve a recurrir al tópico de hablar del tiempo; en otras circunstancias, con otro clima, hubiera dando margen para compartir previsiones meteorológicas, sin descartar a ese sabelotodo que conoce a un pastor que le ha dicho que en agosto refresca y que no falla nunca... La gota de sudor que se le escurre por la patilla a un hombre sobrado de kilos vale más que mil palabras. Pienso -remontar ocho alturas da para cosas imposibles- que si con esta temperatura el montacargas se estropea y nos quedamos atrapados, nos espera un futuro complicado. Ahora soy yo quien sudo más de lo normal.

No será porque no estamos avisados. Las alertas por fenómenos climáticos son como los aparatos que usan en la Fórmula 1, que señalan el minuto y el segundo exacto en el que van a caer cuatro gotas en la curva número 5. Así que cuando anuncian una ola de calor ya puedes aparcar el coche a la sombra porque expuesto al sol corres el riesgo de sufrir quemaduras de primer grado en las manos al tocar el volante o que en el interior te encuentres con la atmósfera de una sauna a pleno rendimiento. Lo del coche es un asunto de justicia poética: una herramienta contaminante, con la que contribuimos en primera persona a dañar al planeta con sus emisiones de CO2, nos tortura también a su manera. Conectas el aire acondicionado y te ahuyenta el sofoco y los miedos. Pero el problema sigue ahí fuera.

Ya digo que nadie dio pie a la conversación en el ascensor, teníamos bastante con respirar, así que tampoco escuchamos el tópico de “p’a calor, la de antes”. Y evitamos el debate. Porque para calor el de ahora y el que viene en adelante como consecuencia del cambio climático. Cada nueva ola lleva el apellido de histórica: desde que se registran datos venimos pasando por episodios de temperaturas máximas que superan las conocidas en esa época del año, periodos más largos, más extremos y más fuertes de temperaturas extremas. Dicen los expertos que es lo que viene, de forma irreversible.

El ascensor llega a la octava planta. La puerta se abre. Nos recibe un rótulo luminoso: “Bienvenidos a la escuela de calor”.

Cada nueva ola lleva el apellido de histórica: desde que se registran datos venimos pasando por episodios de temperaturas máximas que superan las conocidas en esa época del año