ue en el mundo entero y también en nuestro entorno está aumentando la sensibilidad hacia todos los seres vivos de la tierra es un hecho incontestable. Muchas tradiciones centenarias en las que el sufrimiento de toros, zorros, burros, perros o gansos eran causa de diversión humana han sido ya prohibidos o han mutado a formas en las que no se usan animales vivos ni muertos.

Hace años que el debate es conflictivo en nuestro entorno, con CCAA como Cataluña, Canarias o Baleares que tienen prohibidas las corridas de toros desde hace muchos años y normativas estatales posteriores como la declaración de la tauromaquia como Bien de Interés Cultural en 2013. La última ciudad que decidió dejar de organizar corridas de toros fue Gijón en agosto del 2021. Su alcaldesa tomó esta decisión tras ser torturados hasta la muerte dos toros, con nombres Feminista y Nigeriano; este hecho levanto las críticas de colectivos feministas y antirracistas de la ciudad y la alcaldesa cortó por lo sano prohibiendo la celebración de más corridas en Gijón.

Pero también asistimos al incumplimiento sistemático de las nuevas normativas, muchas veces amparados en requiebros jurídicos o interpretaciones torticeras. Ocurre con las cacerías de zorros en Inglaterra, pero también con el toro de la Vega, que sigue siendo lanceado cruelmente, aunque está prohibido "matarlo".

El resultado es que mientras el disgusto social por estas prácticas crece sin parar, a tenor de las encuestas y actividades de animalistas, ecologistas y defensores de los derechos de animales y naturaleza, se siguen organizando festejos que en nuestro entorno usan sobre todo toros, vaquillas y becerros.

El declarar estos festejos como "bien de interés cultural" puede tener también los días contados en un país como México, donde el debate se acompaña por la suspensión cautelar de las corridas de toros en la Monumental por orden de un juez.

Resulta cada vez más difícil encontrar personas que habiendo asistido a una corrida de toros, no consideren que los toros son torturados de forma cruel durante las mismas. Aunque algunas de ellas las sigan defendiendo por tradición, por intereses económicos o por falta de valentía para introducir cambios importantes que eviten dicha tortura.

Asistir a un encierro sanferminero, no digo ya en la calle, sino desde el balcón de un 5º piso, es una descarga de adrenalina que nos invade por el riesgo mortal que asumen en primer lugar quienes corren delante de los astados. Un riesgo que se extiende a quienes se sitúan en el recorrido o en la misma valla. Pudiera ocurrir también que un salto o una rotura de valla permitiera a los toros salir del recorrido, poniendo en serio peligro a personas ajenas al festejo.

La defensa actual de las corridas de toros, también en Sanfermines, no resiste un mínimo análisis ético, y es hora de abordarlas con seriedad y con responsabilidad. Y es necesario hacerlo antes de que una tragedia inasumible, como podría ser el hecho de que hubiera varias personas muertas o gravemente heridas durante un encierro. Antes de que la prohibición de cualquier tipo de tortura o daño causado a animales con el único fin de la diversión de quienes asisten a ello nos llegue desde instancias superiores, como pudiera ser una normativa europea de obligado cumplimiento.

Nuestra sociedad más cercana, la pamplonesa y navarra, ni siquiera tiene una afición taurina digna de llamarse así, a la vista del fracaso de cualquier festejo organizado fuera de la semana sanferminera.

Existe además una clara brecha generacional, y la gente más joven ya no acude a la plaza de toros como antaño. Incluso el número de corredores del encierro disminuye en miles, de año en año, y ya son casi más en proporción quienes vienen de fuera a correr en ellos. La Federación de Peñas está llevando a cabo entre sus socios y socias una reflexiónen en torno a los Sanfermines y acaban de dar a conocer una encuesta en la que el 26,4% de las personas encuestadas consideran que se debe de abrir el debate sobre los toros en Sanfermines. Nos atrevemos a decir que este porcentaje hace 10 ó 15 años hubiera sido mucho menor y que irá creciendo a futuro.

Tampoco hay apoyo social a las subvenciones que recibe el sector. En una encuesta a nivel estatal del 2018, 3 de cada 4 personas se manifestaban contrarias a dichas subvenciones. De hecho, ni Donosti, ni Bilbo, ni Gasteiz, entre otras ciudades, dan subvención alguna para la organización de corridas de toros. En este sentido, señalar que en Vitoria-Gasteiz la retirada de las subvenciones supuso el fin de las corridas de toros, y desde el 2016 en las fiestas de la Blanca ya no las hay, desapareciendo con ellas el paseíllo de los blusas, el gran acto callejero durante las fiestas que ha tenido que reinventarse.

Todo esto afecta a una de las imágenes más internacionales de los Sanfermines, que se venden en torno a los encierros y no tanto a las corridas de toros, de mucha menor asistencia y difusión.

Pero no olvidemos que esa excesiva difusión lleva consigo las lacras que desde hace años sufrimos y que nos obligan a repensar las fiestas en términos de reducir la masificación, la suciedad, el abuso de alcohol y la violencia de género.

Es hora ya de pensar en unos Sanfermines de los que todos y todas sintamos orgullo, vaciándolos de meras mercancías que se venden al mejor postor, y generando nuevos espacios y contenidos, en un marco de respeto mutuo a todos los niveles: respeto por los animales, por la ciudad que los acoge, por las personas que participan.

¡Entonces sí serán las mejores fiestas del mundo! l

Batzarre