Fue como volver de golpe a los Sanfermines de 2019, masticando las lágrimas al son de las gaitas. En la fiesta de fin de curso de los dantzaris de Duguna en la plaza de los Burgos, lo más cerca física y emocionalmente al Chupinazo que en un par de semanas nos lanzará Juan Carlos Unzué. Para anudarnos un nudo en esas gargantas por las que seguidamente circularán tragos de pura felicidad. Hay ganicas de mambo, por partida triple tras las cancelaciones pandémicas. Porque antes que nada somos supervivientes, simple y llanamente. Y eso se merece una fiesta grande y compartida como los Sanfermines. Ese reseteo ante los problemas del presente, purgante fenomenal de las preocupaciones por lo menos un rato largo. Con esa reactivación de los afectos en un doble sentido: por despertar nuestros sentimientos mejores primero y también por aflorar los recuerdos de aquellos instantes inolvidables –que a menudo idealizamos con el discurrir del calendario hasta incluso transformarlos– y de las personas que los coprotagonizaron, habitantes para siempre en nuestra memoria. Así que sí, vamos a vivir los momentos sanfermineros que podamos permitirnos, a beberlos y comerlos como corresponde junto a nuestra gente fetén en la edición de los reencuentros en blanco y rojo como nunca antes. Aprovechemos la ocasión para el sano disfrute y carguemos pilas para las asperezas que nos aguardan después del verano, cuando las gaitas tornarán en pitos. Pues a la vuelta, con los bolsillos tiritando tras los gastos que nos debíamos por las vacaciones tan pendientes, la inflación persistente conformará un cóctel explosivo de pérdida de poder adquisitivo, devaluación de los ahorros quien los tenga y encarecimiento de hipotecas con demasiados empleos en el alambre ante el aumento de los costes estructurales para las empresas y la consiguiente merma de márgenes de negocio. Vamos, como para que los Sanfermines duren nueve meses en lugar de nueve días. Que nada ni nadie les ague la fiesta. Y que nos quiten lo bailao, al ritmo mayormente de rancheras y charangas. O bien cuando zarpe el amor en la barca de Camela.