La música, que no el sonido de Pamplona en San Fermín, es una de esas cosas que debería protegerse y preservarse. Suena a música por todos los rincones, en vivo y en las calles, como banda sonora de estos nueve días, aunque cada vez más el ruido de algunas zonas y bares rompe esa armonía caótica de las txarangas y bandas que arrastran a su paso, cual flautista de Hamelin, a cientos de personas.

Es un repertorio que prácticamente solo se baila en estos días, porque fuera de calendario, la música de las peñas queda como un villancico lejos de Navidad. Complicado trabajo ser uno de estos músicos en San Fermín. Tocar a pleno pulmón a casi 40 grados en calles repletas en las que es imposible dar un paso y donde la misma canción se eterniza una y otra vez.

Pero son el auténtico corazón de la fiesta y lo que le da el ritmo. Sin ellas, sin peñas, sin txarangas, sin bandas, Pamplona sonaría igual que cualquier otra ciudad. Eso es lo que nos diferencia, no las sesiones de DJ o las grandes citas internacionales a las que aspiran algunos políticos y que nunca llegan; esos, que dicho sea de paso, se quedan pequeños para una ciudad tan grande.