Luna llena en San Fermín, ¿qué más se puede pedir? Si ya las noches son especiales y hasta más cortas que de normal, con luna llena lo son más.

¿Quién no tiene en su recuerdo una noche de luna llena en San Fermín? Y esta pasada lo fue. En una esquina sonaba Sabina, en un grupo de cuerda y voz improvisado en esas sobremesas eternas que se alargan hasta el anochecer entre canción y canción. Que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel y que el fin del mundo nos pille bailando. Es fácil sentirse así en San Fermín, con todo el embrujo de la fiesta multiplicado por la luz de la luna.

No sé que aventuras habrán corrido en estas últimas horas Irati y Ernst, los protagonistas del relato encadenado que nos acompaña cada día en la contra de este suplemento festivo. Les está pasando de todo. Cada día es un capítulo más de la historia, con la intriga e incertidumbre de qué pasará al día siguiente. San Fermín es como ese relato encadenado, pero con historias de verdad.

Sabes cuándo sales de casa pero no cuándo vuelves, porque el guion te lo va marcando la propia fiesta. El día menos pensando puede ser el mejor y cuanto más esperas las cosas, algo se tuerce. San Fermín es así, una historia abierta, sin final cerrado, que siempre continúa, al menos mientras queden lunas llenas.