Tengo una vago recuerdo de que cuando en el cuartel pasaba algo gordo a nivel de coronel, la cascada de barullos y marrones iba para abajo hasta terminar a la altura, más o menos, de algún brigada. Si la cosa era muy gorda entonces algún chorta terminaba por quedarse sin pase de pernocta. Puede y no ser un chiste cuartelario.

Dicho lo cual me llama la atención que sea ahora el Ferreras, siempre en el candelabro, quien acabe pagando el pato por lo cometido, cierto, pero no por lo urdido e inducido porque eso huele poderosamente al perfume político de la Cospedal que anda desde hace años en el filo de la navaja judicial; al de la Cospedal y al de alguien o al de algunos más Señores X y hasta de los desconocidos M. Rajoys del Partido Popular, dado que lo que se refleja en las grabaciones perjudicaba, y perjudicó de manera seria, a Pablo Iglesias y a Podemos, y benefició a la derecha.

En la solemne marranada urdida en vete a saber dónde, está la sombra (y la voz: “la quiero“) de la Cospedal, está el sicario Villarejo –tengo para mí que el suyo era un negocio de sicariato político–, están los Señores X, está Eduardo Inda, están por acción u omisión los magistrados que con su sentencia condenaron a la indefensión y a los perjuicios materiales a un Pablo Iglesias que intentaba defenderse de un acusación calumniosa, están quienes tenían en su poder las cintas a la espera del momento oportuno para darlas a la luz, el que más beneficios diera, y está obviamente Ferreras y señora que dio curso a una noticia positivamente falsa cuya grosería le constaba de manera palmaria... ay, ese “demasiado burdo”. Me temo que solo el clima de impunidad del que disfruta esta gente le ha hecho decir al Ferreras, con intención de sacudirse lo que no es una mera pulga, que ellos nunca han publicado noticias falsas. Al final resulta que este echado p’alante no es sino un peón en un tablero en el que hay torres y caballeros, reyes y reinas, todos del color del cieno, más difíciles de abatir. “Un perro de prensa”, escribía Javier Eder hace mucho, al servicio del que paga: Casals.

Bien está que se trate de erradicar al Ferreras de los medios de comunicación (había escrito servicios de información), pero ese no sería sino un pequeño intento de saneamiento de un sistema que está por completo podrido, y no solo el de los medios de comunicación, porque esto no es comunicación, esto es propaganda política, un salpicón continuo de consignas abocadas a la judicialización de la política. Podrían irse de Atresmedia (no sabemos en qué condiciones), pero estoy seguro de que serían acogidos con los brazos abiertos en otros medios manejados por empresarios sin escrúpulos que se saben impunes y proclives a la información de combate, la llamada propaganda negra, con sus enemigos políticos. El objetivo: destrozar la reputación del enemigo (que no adversario) político y, en definitiva, alterar el resultado de las elecciones. Muy democrático, auténtico juego limpio.

Pero si todo lo anterior es mucho más que un bulo, la actitud de la magistratura es de una gravedad absoluta e invita a la desconfianza más radical. Para Inda, el intento de descabello de Pablo Iglesias fue una fiesta. Su cloaca informativa se vistió de gala cuando el líder de Podemos acudió a los tribunales en busca de amparo y recibió la sorprendente sentencia en la que se establecía que la calumniosa información que le acusaba de una falsedad manifiesta era “veraz, contrastada en fuentes policiales, alejada de una mera invención” e incluso ‘de interés general’”. Es decir desfachatez en estado puro, cuando no mala intención, por muy togadas que estuvieran esas palabras. ¿Contrastada? ¿Con qué fuentes? ¿Policiales? Carajo ¿Cómo sabe la jueza que aquella burda patraña estaba alejada de la mera invención? Pero no solo eso, sino que al acudir Iglesias a una instancia superior recibe la confirmación de la cobertura judicial la calumnia en base a que esta se había echado al aire ‘de forma escrupulosa en el ejercicio del derecho a la libertad de información y de expresión’”.

¿Confiar en la justicia? Como no sea a efectos meramente retóricos. Lo que acabamos teniendo es miedo. Otro más.