Estamos en otoño y se nota. Se nota por dentro y por fuera. Se ve en que el cielo ha decidido cambiar de color, del azul al gris, bajar las temperaturas y soltar de nuevo lastre para regalarnos la lluvia tan esperada y necesaria. Un otoño que llega con retraso, y que ya puestos podía haber esperado un poco más o haberse guardado el agua unos días para no coincidir con las fiestas de San Fermín Txikito. Que curioso que en el verano más seco y caluroso, la lluvia haya llegado a Iruña el 6 de julio y ahora, regando la fiesta, que no aguándola porque eso por estas tierras es difícil, mejor con sol pero da igual lo que caiga. El equinoccio de otoño llegó anoche marcando oficialmente el cambio de estación, en esa fecha casi mágica en la que el día y la noche tienen casi la misma duración. Un día en equilibrio, frente al desequilibrio del resto del año. Tiempo de recogerse y de recoger, de prepararnos para el invierno, de aceptar de nuevo las noches largas y la ausencia de luz. Cambio de ciclo, con esa sensación de que todo puede volver a empezar allí donde lo dejamos o en un nuevo comienzo. Abrirse a lo que venga. El sol de otoño tiene una luz especial, un color mágico e intenso que acaba envolviendo nuestros bosques pintando uno de los paisajes más hermosos y reconfortantes. Ahora, que tan de moda están los baños de bosque, que no es otra cosa que disfrutar de la naturaleza, es tiempo de aprovecharlos como la mejor terapia. Solo hay que abrir los ojos y la mente.