He aquí una verdad casi absoluta: las mejores fiestas son las del pueblo de cada cual, si no que se lo pregunten a los de Falces, Elizondo o a los de Pamplona. Lo mismo se puede decir de los festejos de los barrios y, de hecho, son muchos los que han pregonado en alguna ocasión que las celebraciones de la Rotxa, o las de la Txantrea, son más de su gusto que los mismísimos Sanfermines. Así somos y punto. Luego están los dos años de sequía pandémica y, claro, unes todo y te ves un viernes de septiembre, rodeada de gentes varias, esperando que un cohete se eleve desde la torre de Aldapa para disfrutar, por fin, de las fiestas del Casco Viejo. No es cuestión de entrar en pelea con nadie, lo dicho, a cada uno lo suyo, pero las sonrisas de la Corporación Txiki, engalanada con sus mejores chisteras y a punto de encender la mecha, valen su peso en oro. Allá empezó todo o, quizás, los culpables fueron los gritos nerviosos de los escolares de San Francisco y Dominicas, los saludos socarrones de más de un jubilado ocioso o las charlas de muchos padres con un ojo en la prole y el otro en el vaso de cerveza. No sé qué pasó, pero no fui la única que alargó el chupinazo de Alde Zaharra hasta muy entrado el día siguiente. Cierto es que igual vamos no teniendo edad, pero ganas…