No sé si las repetidas actuaciones bochornosos del juez Grande-Marlaska se deben al puesto que ocupa, que parece requerir sin remedio decisiones y declaraciones, que resultan abusivas unas y siempre falaces otras, para avalar intervenciones policiales indecentes o si lo suyo son excrecencias de su propia personalidad. No lo sé, lo que sí puedo barruntar es que de quien se negó a escuchar debidamente (según sentencia de tribunal internacional) las denuncias de torturas cuando era juez, no se puede esperar otra cosa que lo afirmado hace unos días en sede parlamentaria sobre lo sucedido en el salto de Melilla del pasado junio, siendo él ministro del Interior: 23 muertos, por lo menos, muchos heridos y apaleados, un trato a todas luces inhumano. No pasa nada, se trata de una “respuesta proporcionada”. Hay que tener la cara de cemento armado y tal vez por eso Marlaska es ministro del Interior.

“Respuestas proporcionadas”, pase lo que pase, siempre lo son, siempre lo fueron, siempre lo serán, con saltos “violentos” o sin ellos, ante cualquier situación violenta en sí, como una manifestación, una detención arbitraria. Repuesta proporcionada fueron los sucesos de Vitoria y Sanfermines, la criminal tragedia de Tarajal o los recientes incidentes de Linares (disparos con posta) o Cádiz, por citar solo cuatro de los muchos referentes históricos de extrema violencia policial que han quedado impunes o casi en unos casos y avalados con desvergüenza notoria por los ministerios sucesivos en otros.

A propósito de “saltos violentos”. El ministro Marlaska, que hace ejercicio en cinta y es noticia por ese motivo chusco, debe saber que la valla de Melilla no es un rocódromo de colorines, sino que tiene más de 10 metros de altura en algunos puntos (recrecida durante su mandato) dotados de cilindros anti salto y coronada en el resto de concertinas (que iban a retirar) que cortan como cuchillas porque están hechas para eso, para dañar de forma grave. Es decir, que saltarla no es como hacer deporte o subir una escalera, ni siquiera la de un trampolín por muy alto que esté. No hay piscina al otro lado, sino porras, botas, bocachas y un trato inhumano, como poco.

Pese a la contundencia de las imágenes publicadas, Marlaska negó en su día que los gendarmes marroquís penetraran en suelo español para apalear a los inmigrantes que habían saltado la valla. Las cosas han cambiado mucho con relación a Marruecos en los últimos meses, y lo que ayer era importante, hoy no lo es. Pero en ese sentido, el juez de las torturas es un maestro en negar lo evidente y quedarse tan terne. Hay que reconocerle cuajo. En el mundo que se veía venir y ya está aquí, ese jurista tiene un gran futuro. A él y a la ministra de Defensa los veo como impecables ministros de un gobierno del PP o de Vox, porque están bien dotados, tienen potencial y se acomodan bien a lo que viene, a lo que ya tenemos encima: un mundo en extremo policial, duro, belicoso, dictatorial (encubierto o no), sin contemplaciones, al que llaman “seguro” y ofrece la paz de los cementerios y las calles desiertas (ya estrenado este).

La estampida migratoria es imparable, por mar o por tierra, se le pongan los obstáculos que se le pongan. Ignoro cuál es la solución, a la pacífica me refiero, o si en parte pasa, que no creo, por vender a los saharauis, como se está haciendo con una desvergüenza ofensiva por parte de un gobernante, Pedro Sánchez que, no sé si solo a causa del tumulto internacional, ha perdido el oremus y se cree un Kennedy (por lo menos) y no pasa de lacayo o cabo de puertas.

Lo cierto es que a quienes han hecho el camino que ha hecho para llegar a las puertas del paraíso, hoy en llamas y en peligro de quedarse en harapos gracias a la guerra en Ucrania (por el momento), no hay quien le disuada de dar el último paso arriesgando la vida, que esa es la verdadera violencia, el arriesgar la vida para dar con una existencia mejor.