Al manoseado tópico de un otoño caliente va a suceder este año un invierno sofocante. El sofoco viene provocado por la factura del gas. Asistí a la asamblea anual de copropietarios y los ánimos estaban caldeados. Alimentar la caldera que abastece a las viviendas ha provocado un cuantioso desfase en las cuentas anuales. Del incremento previsto del 30% se ha pasado a un 300%, informó el administrador. Es una problemática compartida con otras comunidades, que también se decantan por la opción de retrasar la puesta en marcha de la calefacción y, cuando llegue, recortar el número de horas de servicio. Pero hay un preocupación de más calado, el previsible aumento de la morosidad, porque no todo el mundo podrá hacer frente a un recibo que amenaza con destrozar las ya débiles economías domésticas, pese a disponer en muchas viviendas del sistema de contadores recién instalado. Y cada cual busca alternativas: las estufas volaban este fin de semana en un conocido centro comercial. Y me cuentan de la dificultad de formalizar el contrato de la botella de butano ¡porque se han agotado los formularios ante lo elevado de la demanda! Ya digo, viene un invierno complicado. Para echarse a temblar.